En Santiago del Estero, donde la Pro League volvió a encender el corazón del hockey argentino, Ignacio Nardolillo vivió un partido distinto. No solo porque volvía a vestir la camiseta de Los Leones frente a Pakistán, ni por la satisfacción íntima de sacar adelante un encuentro complejo. Distinto porque, entre los cientos de hinchas en el Estadio Provincial, había un pequeño grupo que latía al mismo ritmo que él: su familia. Miguel Dulor, su padre; Ana Paula Marchetti, su madre; y sus hermanos viajaron desde Tucumán para verlo jugar en casa. Fue una tarde en la que el hockey y la sangre se mezclaron sin pedir permiso.

El único ausente fue Luca Dulor, pero por motivos más que justificados: estaba regresando de India, donde disputó el Mundial Junior con Los Leoncitos. Ese detalle, lejos de empañar el momento, le sumó una carga emocional inesperada. En una misma semana, dos hermanos tucumanos formados en San Martín estaban defendiendo la camiseta argentina en dos competencias distintas. Un orgullo difícil de procesar incluso para una familia acostumbrada a vivir entre bochas, palos y canchas de agua.

“Contento de poder volver a jugar con la selección, más con la mayor y acá en casa”, expresó “Nacho” apenas terminó el partido. Todavía agitado, sin quitarse la sonrisa, repitió la palabra que más lo atravesaba: feliz. Feliz por la victoria, por la oportunidad y, sobre todo, por haberlos tenido cerca. “Están Miguel, están los chicos, mis hermanos, amigos, todos. Contento de que puedan estar todos, de que esté Miguel más que nada, que me ayudó bastante”, dijo.

No lo decía de compromiso. El camino de Nardolillo no fue lineal ni inmediato. Formado en San Martín, con un pasado destacado en las inferiores del seleccionado -incluyendo la épica consagración mundial con Los Leoncitos en 2021-, el tucumano supo convivir con la ansiedad de estar “ahí nomás”. Integró procesos largos, exigentes, en los que debía competir con un plantel nacional que suele tener entre 35 y 40 jugadores. Llegar a la lista final siempre fue una carrera de resistencia, no de velocidad.

Miguel, su padre, también lo sabe. Con ese orgullo que no necesita demasiadas palabras, Dulor contó lo que significa acompañarlo en esta etapa. “Solamente dándole el apoyo”, dijo, casi restándose mérito. “Nacho viene entrenando hace un año y pico con la selección. Estaba ahí, al límite, porque el nivel es altísimo. En Argentina hay un plantel de 40 chicos, entonces entrar entre los 20 o 24 depende de detalles. Te ayudan en eso, en los detalles para poder estar”, indico.

Miguel no hablaba solo como padre. Hablaba también como exjugador de Primera, como hombre del hockey, como alguien que entiende que los procesos de elite se construyen ladrillo a ladrillo. Durante el Mundial Junior siguió a Luca con la misma devoción con la que sigue a Ignacio, intercambiando mensajes con toda la familia en un grupo que ardía en cada entretiempo. “Una lástima el último resultado (finalizaron en el cuarto puesto), pero no le quita mérito al gran torneo que hizo todo el equipo”, afirmó.

Y cuando se le preguntó por lo que significa ver a dos hijos en selecciones nacionales, su respuesta fue tan honesta como esperanzada. “Para mí, verlos a él, a Luca, y a ‘Bauti’, que viene pisando fuerte, es un orgullo enorme. Y después Joaquín y ‘Nico’, que todavía tienen largo camino, pero sería muy lindo que puedan tener su Mundial, sus Juegos Olímpicos y afianzarse en la mayor”, dijo.

La familia de Nardolillo respira hockey. Ana Paula Marchetti, su mamá, también juega en San Martín; y los hermanos menores  defienden los mismos colores rojo y blanco. El club es, para todos, una casa y un cimiento. De ahí surgió Nacho; de ahí emergió Luca; ahí crecen los que vienen detrás.

La historia de Luca merece capítulo propio. Con tan solo 16 años, fue convocado para un Mundial Sub-21, una rareza que explica el talento precoz del juvenil tucumano. Este año fue figura del seleccionado provincial Sub-16, goleador del Argentino con ocho tantos y elegido mejor jugador del torneo. En San Martín ya juega en Primera y suma títulos como si fueran parte de una rutina inevitable.

Lejos de sentir presión por ese espejo familiar, Ignacio lo vive como un impulso. “Lo seguimos siempre a Luca, a todos los chicos. Feliz porque estuvo en el Mundial. Una lástima el resultado, pero feliz porque estuvo ahí”, señaló. De cara a su propio futuro, mantiene los pies en la tierra. “Es paso a paso. Es una competencia muy fuerte, muy dura. Hay que tratar de estar en la próxima lista”, aclaró. Su sueño inmediato es tan claro como desafiante. “Estar en Los Leones y poder jugar un Juego Olímpico”, expresó.

En Santiago, en una noche cálida y cargada de emoción, Ignacio Nardolillo tuvo mucho más que un partido: tuvo su tribuna más íntima. Una familia que no solo acompaña, sino que reproduce el hockey en cada uno de sus integrantes. Una casa “rojiblanca” que no deja de dar frutos. Y un futuro que, si sigue la lógica familiar, promete seguir multiplicándose.