Quedó claro en los días previos lo que se pensaba de la serie Alemania-Argentina. Y está claro, también, lo que mostró la realidad. Argentina descansa el domingo tras cerrar un dobles que cuesta explicar. ¡Cuánto cuesta!

Alemania tenía todo controlado en el tramo decisivo del tercer set. Las buenas sensaciones del arranque favorable a Nalbandian y Schwank eran historia y todos espiábamos el escenario de los singles de hoy.

En la cancha andaba una dupla argentina que desde hacía un largo rato no encontraba los caminos. Erráticos, algo estáticos en la red, las miradas se estrellaban contra un piso tan irregular como el día anterior. Pero había alguien, o una parte de ese alguien, que no se iba a entregar. Nalbandian, la mente de Nalbandian, jamás deja de creer. Cuando nada sale, cuando el rival juega el mejor tenis de su vida, cuando la desventaja desanima, su mente cree. Sigue creyendo. Siempre, contra cualquiera. Con excesos cuestionables y distracciones conocidas, cree. Con una convicción tal que es capaz de contagiar a quien lo acompaña, para que vuelva y juegue un partido consagratorio. Eso jugó Schwank en Bamberg. Eso le permitió jugar la mente de Nalbandian.

¿Estuvo bien la decisión de Jaite de ponerlo en la cancha? El deporte es traicionero para emitir juicios. Un resultado puede cambiar cualquier idea. Más prudente parece ser hablar de cosas que nos gustan y cosas que no. Y, con la mano en el corazón, ¿a quién no le gusta ver a Nalbandian jugando Copa Davis?