E l sábado 5 por la tarde, desde su descanso en Santa Cruz, Cristina Fernández de Kirchner escribía 22 tweets cargados de furia contra el Poder Judicial en algo más de media hora. Al día siguiente hacía difundir por Facebook su larga carta de respuesta al actor Ricardo Darín, luego de que éste pusiera en duda el crecimiento patrimonial de los Kirchner. La nota dirigida al protagonista de "El secreto de sus ojos" nada aclaraba sobre su fortuna familiar. En cambio, en un intento de contraataque, le enrostraba a Darín que 22 años atrás él había sido procesado por irregularidades en la compra de una camioneta importada, un hecho del que el actor fue sobreseído. Además de narcisismo, la actitud presidencial reflejó soledad y desesperación.
Dos mensajes encubría la carta de la Presidenta. El primero, una suerte de advertencia a todo aquel que osara cuestionarla, ponía una vez más en marcha la política del miedo y la teoría de que nadie resiste el archivo de la Casa Rosada, que ya sufrieron empresarios y periodistas críticos del Gobierno.
El segundo mensaje tenía como principal destinatario al gobernador Daniel Scioli, sobre quien la jefa del Estado también cargó la sutil violencia de los carpetazos. Comenzó comentando que, en una entrevista en La Nación había leído que el mandatario bonaerense mantenía sus ahorros en dólares, para después preguntarse por qué los medios periodísticos vigilan sus casas en Río Gallegos y El Calafate y "nunca van al Delta, Punta del Este y Miami". Cristina Kirchner aludió así indirectamente a una casa de Scioli sobre el río Luján y a supuestas propiedades que éste tendría o habría tenido en el exterior. En fuentes del partido gobernante que conocen bien el pensamiento presidencial, se decodificó este último mensaje de la siguiente manera: "La Presidenta le está contando a la sociedad que Scioli no es diferente de los demás dirigentes políticos y le está diciendo al propio Scioli que sabe dónde están sus cuevas".
Por si esto fuera poco, el miércoles pasado, en el acto de recepción de la Fragata Libertad en el puerto de Mar del Plata, la Presidenta trató de diferenciarse de Scioli, cuando expresó: "Qué lindo sería quedar bien con todos, sin tomar ningún riesgo ni asumir responsabilidades. Hablar solamente de los colores y del amor. Pero cuando uno gobierna un país, muchas veces tiene que tomar decisiones que no conforman a todos. No me pidan nunca un gesto de hipocresía, soy como me ven, de una sola pieza, no miento, no engaño, defiendo la Bandera".
¿Dan cuenta los sorpresivos reproches presidenciales a Scioli de una ruptura definitiva entre el kirchnerismo y el sciolismo? Parece demasiado pronto para responder afirmativamente, si bien es cierto que en el núcleo duro del cristinismo nadie imagina al gobernador bonaerense, al que se ve como "un dirigente conservador popular complaciente con las corporaciones económicas", como heredero de la jefa del Estado.
Aún falta mucho para las elecciones legislativas de octubre. Todos saben que el oficialismo concurrirá a esa contienda electoral con un objetivo de máxima y otro de mínima. El primero pasa por obtener un porcentaje de votos importante que lo acerque a una negociación con algunos sectores opositores para forzar la declaración de la necesidad de la reforma constitucional y la posibilidad de una segunda reelección presidencial. El segundo propósito es mantener un caudal de poder relevante que, aunque no permita la reelección, le posibilite a Cristina Kirchner conducir el proceso de sucesión hasta el último día de su ciclo presidencial sin convertirse en un pato rengo.
Todos saben también que los comicios en la provincia de Buenos Aires serán clave para dirimir el futuro político. Ante la perspectiva de sufrir derrotas en la Capital Federal, en Córdoba y en Santa Fe, el kirchnerismo reconoce que el distrito bonaerense será decisivo para obtener un resultado decoroso en el orden nacional.
Los porcentajes de percepción de imagen de la Presidenta que ofrece la consultora Management & Fit al 28 de diciembre, a partir de encuestas a 2.100 personas en todo el territorio nacional, son claros al respecto. En la Capital Federal, Cristina Kirchner tiene un 19,9% de imagen positiva y un 55,8% de negativa; en Córdoba, un 17% de positiva y un 52,5% de negativa, y en Santa Fe, un 21,4% de positiva y un 49,3% de negativa.
En la provincia de Buenos Aires, la Presidenta está algo mejor (33,8% de percepción favorable y 42,2% desfavorable), pero parece difícil que pueda prescindir de todo el aparato justicialista o darse el lujo de una división del oficialismo para obtener un triunfo con la comodidad necesaria.
¿Cuál será, entonces, la estrategia del kirchnerismo en el distrito bonaerense? En primer lugar, tratar de dividir todo lo que se pueda al arco opositor. En segundo término, intentar dejar sin jugadas a Scioli, forzándolo a acompañar la lista cristinista sin mayores condicionamientos.
La intención del mandatario de Buenos Aires es asegurarse la mayoría de los lugares en la nómina de legisladores provinciales, para no sufrir contratiempos en los dos últimos años de su gestión provincial. No se descarta que busque acordar con el kirchnerismo y, al mismo tiempo, negociar bancas provinciales con otros dirigentes que aspiren a ser candidatos a diputado nacional por otras fuerzas políticas, como Francisco de Narváez.
Claro que el escenario bonaerense no estaría completo sin el intendente de Tigre, Sergio Massa, quien curiosamente ostenta en la provincia, según Management & Fit, una imagen positiva del 43,4%, apenas 0,7 puntos por arriba de Scioli. El jefe comunal, que ha armado una estructura propia junto a 16 intendentes, es un aspirante natural a la gobernación en 2015, pero sabe que si se postulara a diputado nacional por fuera del PJ y ganase la elección podría estar para cosas mayores. Aún no tiene resuelto qué hará, aunque por el momento se descarta en su sector una convergencia con el cristinismo: "¿Alguien puede creer que la Presidenta se bancará nuestra autonomía?", afirman.
Más allá del rompecabezas electoral, la Presidenta debe resolver otras cuestiones más imperiosas. Horas atrás, por primera vez en mucho tiempo, habló de una gran preocupación de los argentinos: la inflación. Lo hizo durante un acto transmitido por la cadena nacional en el que se anunció, por quinta vez desde 2006, el soterramiento del ferrocarril Sarmiento. Habló de inflación, pero sugirió que los culpables de ella son Mauricio Macri y otros gobernadores que aumentan los impuestos en sus distritos. Nada dijo la Presidenta de los incrementos en el precio de la nafta y en las tarifas de colectivos y trenes adoptadas por su gobierno antes de fines de 2012. Mucho menos, de su política de expansión monetaria, cercana al 40%, que es la principal causa de la inflación. Tampoco admitió que mientras el Tesoro Nacional puede financiarse con los billetes que emite el Banco Central, las provincias no sólo carecen de esa posibilidad, sino que han visto caer los recursos de la coparticipación federal, que llegaron a ser alguna vez el 48,5% de los ingresos del Estado nacional, a menos del 30%.
Cuando la ilusión del bienestar eterno que genera el populismo comienza a diluirse por el agotamiento de los recursos, el triste despertar suele ser paliado con más autoritarismo y con mensajes de tinte nacionalista, aun cuando se trate de un nacionalismo de cartón, como el que reflejó el acto de bienvenida a la Fragata Libertad, en el que la capitana Cristina fue la gran protagonista de un reality show, como la principal voz de un relato capaz de transformar vergonzosos papelones en épicas victorias de su gobierno.