Desde la muerte de Muammar Gaddafi hace 15 meses, las armas de sus tropas en Libia han recorrido muchos kilómetros. La mayoría de los libios no tiene ningún problema moral con que sus cohetes y fusiles hayan acabado en Siria y en la Franja de Gaza palestina, ya que simpatizan con los revolucionarios contra Bashar al Assad y con la insurgencia contra Israel. Pero les parece más cuestionable que el arsenal, que al final de la guerra civil estaba por todas partes, sea utilizado por terroristas en Mali y en Argelia. En el último año, Egipto interceptó armas procedentes de Libia que normalmente llegan a Gaza por los túneles fronterizos. También en Túnez se han detectado lugares secretos en los que se escondían armas libias.
Que Trípoli no haya prohibido el tráfico de armas no significa que esté cooperando con los grupos islamistas, sino más bien que los funcionarios de transición que estuvieron en el poder desde la caída de Gaddafi han sido demasiado débiles como para frenar el contrabando. El director del International Crisis Group para el Norte de África, William Lawrence, señaló tras el asesinato del embajador de EEUU, Chris Stevens, en Bengasi: "el problema principal en Libia es que todavía no tiene un Estado que funcione plenamente, pues Gaddafi lo había dispuesto todo para que se desmoronara". Algunos insurgentes, que en 2011 arriesgaron su vida por derrocar al dictador, consideran que el nuevo Estado está en deuda con ellos y les parece legítimo vender las armas para ganar dinero a cambio.
Según la empresa estadounidense Stratfor, no sólo las armas de Libia figuran en el conflicto de Mali, sino también los entre 2.000 y 4.000 tuareg que fueron mercenarios de Gaddafi, al mando de Mohamed Ag Nayem, un ex coronel del Ejército Libio.
La toma de rehenes del mes pasado en Argelia por terroristas solidarios con los islamistas de Mali, fue criticada en muchos países musulmanes y por líderes religiosos, que han cuestionado asimismo la intervención militar francesa en ese país norafricano.