El público no va a los museos. La concurrencia a las instituciones oficiales es escasa; esto sin contar las veladas de las inauguraciones ni las delegaciones escolares, provenientes de establecimientos educativos de la capital y del interior.

El Centro Cultural Virla de la UNT no cuenta en esta estadística, porque es muy difícil determinar cuántos de los que ingresan lo hacen para asistir a una exposición. En este caso, las autoridades de diferentes gestiones siempre han contado a su favor con lo que se llama un "público cautivo", constituido por decenas de asistentes a las conferencias, a las puestas teatrales o a espectáculos musicales, y que, "de paso", se detienen frente a una pintura o un dibujo.

Distinto es el caso del Museo Timoteo Navarro (dependiente del Ente de Cultura) y del MUNT; con la ventaja para el primero de estar ubicado en pleno centro y de estar posicionado en la agenda turística-cultural. Pero en uno y otro caso el público no concurre. En el MUNT la cantidad diaria no supera la docena de espectadores. Y en el Timoteo Navarro llega a 50. Es verdad, en determinadas exposiciones de artistas más o menos famosos estos números se modifican, pero levemente.

El gran problema es que, más allá de que las instituciones carecen de un presupuesto adecuado, la pregunta sobre por qué la gente no concurre, no encuentra una respuesta. ¿Puede ser la generalizada falta de educación, que no valora lo que un museo puede brindar? ¿O la fama de que este tipo de instituciones no son atractivas -por el contrario, aburridas- para los más jóvenes? ¿Tal vez la falta de propuestas que se conecten más, que se comuniquen de mejor forma con el público? ¿Generan los museos una política para ganar concurrentes, en definitiva?

Sea una o varias las respuestas, los funcionarios deberían estar muy atentos a esta situación y generar un debate sobre sus causas y de qué manera pueden afrontarse. En la década del 90, Jorge Glusberg distinguió entre museos "calientes" y "fríos", y logró, imponiendo su posición, que una retrospectiva de Antonio Berni, en el Museo Nacional de Bellas Artes, concitara la visita de más de 300.000 personas al edificio de Avenida del Libertador. La distinción apuntada es sólo un aporte para abrir la discusión, debate que no debe demorarse, a riesgo de mantener estructuras anquilosadas.

Recientemente Neil MacGregor, director del Museo Británico de Londres (recibe seis millones de visitas al año), explicaba que los museos permiten entender el mundo. "La tradición en Gran Bretaña es que los museos sean gratis, porque así fue el mandato del Parlamento que los creó en el siglo XVIII. Se establecieron sin coste para los ciudadanos ingleses y extranjeros. Si quieres que la gente entienda el mundo debes hacer la entrada accesible y gratuita. Un museo es un espacio público de la mente y el espíritu que todos los ciudadanos tienen el derecho a habitar", sostuvo en una entrevista que le hizo el diario español "El País". Y es cierto, el arte y su exhibición en un museo pueden servir, al menos, para entender el mundo, aunque no tanto para transformarlo.