A diferencia de la mayoría de los artistas plásticos, que desde niños se destacan en la escuela con sus habilidades para el dibujo, Rubén Kempa no lograba plasmar imágenes que fueran parecidas a la realidad. Era otro chico, compañero suyo, quien recibía elogios por los dibujos que hacía. Sin embargo, una maestra de plástica descubrió el talento de Rubén y le pronosticó un futuro promisorio en el arte. "Yo pensaba que lo mío no servía porque no podía copiar las cosas tal como las veía. Me parecían mamarrachos. Pero ella me ponía muchas fichas y me decía que siguiera haciendo así, porque iba bien. Con el tiempo me enteré de que esa maestra, Lola, era hija del pintor Santos Legname -contó-. Muchos años después, en una de mis exposiciones, me dijo: 'yo sabía que algún día te ibas a dar cuenta de que este era tu lugar'. Estoy muy agradecido con ella".
Kempa no sintió la vocación artística sino hasta después de terminar el secundario, cuando visitó una muestra de grabados en Buenos Aires, del maestro mexicano José Luis Cuevas. "Mi papá es grabador orfebre. Yo le pregunté por qué él no hacía cuadros grandes como los que yo había visto. Me explicó que él era un artesano. Que a esos cuadros los hacían los artistas. Ahí me picó el bichito de ser algún día parte de ese mundo que había visto en el museo", recordó Kempa.
En ese entonces tuvo que defender su decisión de estudiar arte, frente al mandato familiar de dedicarse a una carrera más "segura". Su padre lo apoyó. Hoy en su casa de El Corte, construida en gran parte por él mismo en una ladera del cerro, disfruta creando y enseñando.
- ¿La universidad enseña a ser artista?
- He tenido la suerte de estudiar en la universidad, gratuita. Antes de entrar a la facultad no sabía realmente el valor que podía tener una obra de arte. No sabía dibujar, no tenía un método, y allí me lo enseñaron. Con esas técnicas pude expresarme. Tuve profesores geniales que me ayudaron. Hay otros que no fueron mis maestros pero de algún modo me enseñaron. Admiro mucho a Ezequiel Linares, a Aurelio Salas, a (Gerardo) Ramos Gucemas, y también a Guillermo Rodríguez y a Ricardo Abella.
- ¿Qué tema predomina en sus obras?
-En mis inicios me sorprendía la manera en que se podía interpretar la figura humana. Trataba de captar, en las posturas que adopta la gente, la esencia del gesto para guardarla en un cuadro. Soy 100 % figurativo. Esto de andar pintando, grabando, me llevó a sentir que llegaba a algún lugar, cada vez que recibía un premio o me elogiaba la gente que gusta de mi obra. Me llevaron a confirmar que lo que más quiero en esta vida es seguir con esta actividad. Creo que he tenido mucha suerte.
- ¿Además de producir arte también enseña?
Enseño en la Escuela de Bellas Artes de la UNT y también en mi taller privado, donde me gusta mantener un vínculo de amistad con mis alumnos. Trato de transmitirles mi experiencia sobre cómo llegar a realizar una pieza creativa. Cada uno, después, con el tiempo, le va a poner las ilusiones que quiera. Siempre comenzamos trabajando con algo figurativo. Puede ser una fruta, por ejemplo, o la figura humana. Busco la forma de motivarlos a producir. Estoy organizando una serie de encuentros con artistas y amigos, para que vengan a compartir un mediodía con mis alumnos y nos contemos de qué manera cada uno encara un proyecto de arte visual.
- Su casa tiene muchos detalles artísticos.
- En la casa hay un montón de pedacitos y recovecos que están armados por mí, con lo que aprendí en la facultad. Me enseñaron a armar un bastidor, y a partir de eso aprendí cómo hacer una puerta o una mesa. Con cola, clavos y madera construí las puertas de mi casa, hice el revestimiento de la escalera, armé entrepisos, le puse muchos detalles. Este es mi lugar en el mundo.