Un CAPS, un albergue para gente de la calle, una guardería infantil que funciona a pulmón, un destacamento policial y la casa de la ex conserje de una escuela que cerró hace seis años. Debajo de las viejas gradas del autódromo hay vida. El resto del inmenso predio está desaprovechado -o aprovechado para las picadas de motos-, de vez en cuando se ve a alguien corriendo, andando en bici o aprendiendo a manejar un auto.
Bajo las gradas de cemento, Juana Marta Guardia, de 83 años, cocina una sopa de fideos para ella y para su hijo discapacitado. Se jubiló de conserje de la escuela provincial Divino Maestro que funcionó durante varias décadas en ese sitio, pero que en 2007 cerró y se trasladó al barrio La Costanera. Ella se quedó ahí porque ese es su hogar. El techo en pendiente y escalonado está lleno de grietas y cuando llueve, adentro de su casa también gotea.
Tiene el tamaño de una oficina chica, sin conexión de gas y usa la luz general que ilumina el resto de los espacios comunes. Una de sus hijas le lleva todos los días la comida y la visita. Hace 40 años que vive allí. "Y aquí me pienso morir", concluye.
Su jardín de adelante da a la avenida Coronel Suárez y quedó en uno de los extremos de lo que era la tribuna del autódromo Nassif Estéfano. "Cuando funcionaba la escuela, ¡no sabés lo que era limpiarla! Yo era la única que trabajaba en los dos turnos, hasta que pusieron a otra chica para la tarde", recuerda. Formaba parte del Complejo Independencia, que fue inaugurado en 1977 durante el gobierno de facto de Antonio Domingo Bussi. La escuela provincial, un centro materno infantil, una biblioteca pública, una guardería infantil, un complejo deportivo y una capilla integraban ese proyecto bajo las escalinatas del autódromo. De todo aquello, solo sobrevivió la guardería Obispo Colombres para niños de dos a cuatro años. Otros espacios fueron refuncionalizados.
Después de la casa de Juana vienen un par de habitaciones en desuso (antes eran las aulas) y le sigue el Centro Integral de Emergencias Meteorológicas (CIEM), más conocido como albergue municipal. A partir de las 22 y hasta las 7 de la mañana le ofrece un techo a los linyeras que no tienen hogar.
Hace dos años y medio que funciona en ese sitio. Pablo Rodríguez, empleado municipal, ofrece un recorrido por las instalaciones: un comedor, una cocina, los baños y la habitación en la que hay una decena de camas de pino con colchas y una estufa eléctrica. Solo tres personas lo usan todas las noches. Ahí comen y duermen antes de volver a las calles. "Hay más movimiento en verano, cuando llegan personas que se quedan sin techo a causa de las tormentas", comenta Rodríguez. Durante la semana, por las tardes, hay talleres de danzas árabes que dicta la Municipalidad y dentro de poco comenzará uno de arte.
Justo al lado, en la habitación que le sigue, está el destacamento policial. Se abrió cuando la escuela dejó de funcionar y varias familias quisieron asentarse en esos espacios vacíos.
Abuelas y maestras
El rugido de los motores ya no se escucha. Y tampoco el bullicio de los niños de la escuela. Sin embargo, ellas eligieron quedarse y no abandonar a los chicos de la guardería infantil Obispo Colombres. "Yoly" Vallejo, de 56 años, y Martina Reyes, de 60, junto a una coordinadora, son las custodias de esas estructuras que cobijan a los 25 niños (de dos a cuatro años) que asisten todos los días de 9 a 12. Martina está ahí hace más de 30 años, cuando comenzó a funcionar la guardería. Allí fueron sus hijos y nietos. Yoly se convirtió en maestra jardinera hace cuatro años, cuando renunció la que estaba antes. Para que sus nietos no quedaran a la deriva decidió ponerse un delantal a cuadros y bolsillos grandes y cuidar a 20 niños más. No lo hacen por dinero, sino por puro instinto materno. Con el conocimiento que les da el amor y la intuición. Sienten que durante esas horas que los niños pasan allí son "sus" niños. Los cuidan, les dan el desayuno y Yoly les decora el cuaderno de comunicación. "Mirá, ¿ves? Eso lo hago yo", cuenta sonriendo mientras hojea uno y muestra una Oración a la Bandera manuscrita. Todo por cero pesos. Cero. Un cartel declara que la guardería pertenece a la Liga de Madres de Familia y a la Arquidiócesis, pero en la práctica son huérfanas. Cobran $ 100 por niño, que les alcanza para el mantenimiento y el desayuno.
Por suerte, debajo de las tribunas del autódromo prima la solidaridad. Yoly cuenta que del CAPS Antártida Argentina, que está al lado, van a revisarles los dientes a los chicos. Y que a través del albergue, gente de la Municipalidad fue a explicarles a los papás cómo armar huertas en las casas.
Se dan maña y así sobreviven en un lugar que otros abandonaron, pero que para todos ellos tiene calor de hogar.
Hace siete años estudian qué hacer con esas pistas
Desde 2006 en la subsecretaría de Planificación Urbana de la Municipalidad se estudia la forma de integrar ese predio al resto del parque 9 de Julio. En ese año se anunció un proyecto que preveía que en los 2.700 metros de pista se harían obras para uso público que contemplaban red de agua potable, cloacas, luminarias y sanitarios. El proyecto incluía la apertura de calles a la altura de Justo de la Vega y hacia Estanislao del Campo. Y por Coronel Suárez, abrir accesos a la altura de Cuba, Estados Unidos y una central a la altura de las tribunas. Hasta el momento no se concretó nada y todavía sigue en estudio, según confirmó Atilio Belloni, subsecretario de Obras Públicas municipal.
Incluso el poco uso que le podían dar los ciclistas quedó trunco cuando se construyeron los lomos de burro el año pasado para frenar las picadas de motos. "Nos pusimos en contacto con los que las organizan para ofrecerles un marco de seguridad, pero se negaron", comentó Horacio Gambarte, director de Deportes municipal. Hoy, en el autódromo se corren algunas carreras de atletismo organizadas por la Federación de Atletismo y por la escuela de Juan Pablo Juárez. También es el sitio casi obligado para aprender las primeras maniobras de conducción.