Desperté cuando aún era de noche y el sonido de la sirena me abrió la puerta del túnel del tiempo.
La rutina de despertarse bien temprano para ir al trabajo es eso, una rutina. Escuchar el despertador, apagarlo, encender la pantalla del teléfono, mirar la hora y ver si me llegó algún mensaje, de pasada. Pero el miércoles de la semana pasada fue distinto.
Quince minutos antes de las seis, simultáneamente al despertador sonó una sirena. No era nueva. Me acompañó durante la infancia. Entonces, el que a esa hora amanecía a los saltos no era yo, sino Julio, mi viejo, ferroviario. Creí, entonces, que el agudo sonido no era de los bomberos o de algún móvil policial.
A las seis en punto, otra vez el pitido. Y ya no dudé. Era la la sirena del taller ferroviario de Tafí Viejo, tras más de una década de silencio. Eso bastó para que me abrumaran los recuerdos. Ella, Yolanda, haciendo un café veloz, mientras Julio se sacaba la modorra a los saltos. En minutos, lo esperaría mi mamá con la taza en la puerta de casa, él lo tomaría a las apuradas, ya con la bicicleta preparada y a punto de subir a ella para llegar al taller en un abrir y cerrar de ojos.
Volvió la sirena. Parecería que el "gigante dormido" comenzó a desperezarse. Esta vez, seré yo quien repita el ritual de arrancar cada mañana con "el despertador de Tafí Viejo". Ya no están ni Yolanda, ni Julio; ni su bicicleta. Pero cada mañana, se abrirá el túnel del tiempo para tomar un café con ellos.