Lo más cercano al cielo que estuvo en sus años de as fue en ese instante previo a romper una cinta de papel que corta horizontalmente una puerta gigante de redención llamada meta. Juan Pablo Juárez no es de apellido de ilustre, tampoco convivió de chico con la alcurnia de la nobleza. Lo suyo fue correr y correr. Recibió un don de Dios y fue apuntalado en su época por la fe de toda Simoca, jura.
Verlo triunfar en la ruta del atleta internacional, donde se hizo fama de irrompible, era como bailar con la más linda del colegio. Juárez era para el pueblo de la Capital del Sulky algo así como un fenómeno terrenal que flameaba la bandera de su tierra alrededor del planeta. Un embajador. Un ídolo al que el día menos pensando le cortaron las piernas, justo en su mejor momento. Sin quererlo, "JP" conoció la muerte en vida después de hacerse un análisis médico de rutina. El mundo se le vino tan abajo que llegó a rascar la costra de un infierno mental. El volador simoqueño sufría de leucemia.
"Mis expectativas de vida eran de seis a 12 meses, según me dijeron algunos doctores", cuenta casi 20 años después de aquella fulminante noticia el mismo Juan Pablo, agradecido a Manuel, uno de sus seis hermanos compatibles para el trasplante de médula. Hoy, quien alguna vez caminó a la par de la velocidad de luz, cuenta la otra parte de su historia, aquella que lo vio resurgir de las cenizas.
Fue la palabra de un titán de 1,52 metros de altura la que lo levantó. Víctor Frías, un petiso con el carisma de un predicador, por quienes sus fieles venderían hasta las medias para escucharlo, se acercó sumiso a las puertas del clan Juárez y las tocó. Fue a revelar su purgatorio, a contar que él era también trasplantado (riñón) y que había encontrado una segunda oportunidad en las competencias para los de su "clase".
Suena feo decirlo de esa manera, pero ellos son quienes te lo hacen saber, aunque poco les importante el pensamiento despectivo de ciertos humanos.
"La sociedad a veces te castiga por ser trasplantado. ¡Qué tiene de malo! Tuvimos nuestra segunda oportunidad, somos iguales al resto pero con una mínima cicatriz. Punto", patea piedritas Víctor, de mirada penetrante y tono de voz finito e incisivo. Frías, el bajito con alma de predicador de moda, encontró la luz en los juegos especiales. Viajó a Buenos Aires, donde llegó por medio de un amigo y corrió. Nunca lo había hecho. "Era malísimo. Hacía 100 metros y pensaba que ya estaba", reconoce este hombre de campo, casado, padre de dos hijas ("la conquista fue siendo trasplantado") y agradecido a mamá Benedicta.
Víctor encendió la llama de Juárez después de participar en el Campeonato Mundial de trasplantados de Hungría 99. Fue a probar suerte con la marcha. "Esa es la de los coquetos", explota en carcajadas Juan Pablo. "Así le dicen a la disciplina", se defiende. Su amigo lo mira y asiente. Es verdad. Ojo, hay que saber llevarla. Como que se camina y se corre al mismo tiempo pero sin desprender los dos talones del suelo. Uno a la vez.
Frías prendió la mecha del feroz competidor Juárez, que dejó pasar el tiempo. "Estando internado, casi sin capacidad motora y mental de tanto remedio, volví a despertar", afirma el dueño de 18 medallas doradas y una de plata. "JP" volvía a devorar enemigos en los anillos de las pistas olímpicas donde estuvo. Arrancó en Japón 2001 hasta consolidarse nuevamente como un temible atleta. "Yo voy a ganar, dejo todo por ganar. Mientras tenga para cucharear, je, voy a entrenarme a pleno".
La voz de este Juan Pablo es la opuesta a la de casi un par de décadas atrás. Resurgió de la mano de Víctor, también acaparador de medallas en su paso por varios eventos. "Siempre le agradezco por haberse acercado". La cara de Juárez, partida al medio por un gracias sincero, es prueba de ello. "No sé si merezco eso, yo solo le mostré el camino, le conté lo que me había ayudado a mí. Hay gente que va a diálisis todos los días (esperando un trasplante) y sabe que ese día recibe un puñado de vida. Yo tuve suerte, Dios me ayudó", confiesa Frías, que no puede con la suya y habla del presente.
A horas de encarar un nuevo desafío en Durban (Sudáfrica), Frías es la antítesis de Juárez. Uno lucha por llegar y el otro por superar marcas y acaparar el oro del botín. "Todavía no se me da; quedó ahí del tercero. Ojalá este sea mi año de llegar al podio". El titán de 1,52 metros de altura con alma de predicador habla de la carrera de 5.000 metros inicial, la vedete de la prueba, hecha a la medida del recordman: "JP". "Claro, mientras él está tomando mate ya, yo la sigo transpirando, je".
Uno vuela, el otro apenas gatea. La distancia en la pista no los separa, los une. Juárez y Frías le sacan lustre a cada despertar. "Ojalá nuestra experiencia les sirva a otros. Que sepan: nada está perdido", es el mensaje.