"Bajo la selva otrora magnífica y hoy casi talada, yacen las ruinas de la ciudad de Villarroel que hemos olvidado casi completamente hasta ahora; de la ciudad marcial, de la ciudad que como Minerva nació armada de todas las armas; de la ciudad que combatió cien años, casi toda su existencia, con los terribles guerreros calchaquíes", escribió el filósofo Alberto Rougés en 1935, a propósito de Ibatín.
"Esas ruinas son inapreciable legado que nos hace la historia heroica del Tucumán. Allí ha vivido nuestro pueblo un tercio de su vida, allí nació y echó raíces el árbol de nuestra historia. Allí duermen su último sueño héroes legendarios de la cruz y de la espada, cuyas magnas figuras ven iluminando día a día nuestra retardada investigación histórica".
Eran "los guerreros de la Entrada, de Cañete, y de Londres y Córdoba de Calchaquí": gente que, "al decir de historiadores, realizaron hazañas que son las mayores de la historia humana". Su sangre "ha venido corriendo generosamente por las venas de nuestro pueblo que, sin embargo, los ha olvidado hasta ahora".
Afirmaba Rougés que "no podemos seguir olvidando esas ruinas tres veces ilustres. En ninguna parte como allí, sentiremos los pasos de la historia. Serían ellas nuestro maestro irremplazable. Más que en ninguna parte aprenderíamos allí que somos historia que pasa, pero que va haciendo un pueblo que perdura y una humanidad quizá indestructible". Nos enseñarían que "somos uno con nuestros antepasados; que somos esencialmente, aun cuando lo ignoremos, pasado que queda de lo que pudo parecer que no era sin un presente que pasa".