José Alperovich ganó, empato y perdió. Los tucumanos le dijeron que era hora que tenga una oposición. Ciudadanos residentes en los principales centros urbanos amontonaron votos para que José Cano sea el elegido. El que más sufrió esa decisión fue el PRO de Alberto Colombres Garmendia.
El oficialismo sumó más de 400.000 boletas. Hizo una muy buena elección, tanto que se colocó como uno de los principales referentes del kirchnerismo en el país.
No hubo sorpresa. El gobernador lo sabía. Las elecciones primarias del 11 de agosto se lo advirtieron y las encuestas, también. Por eso personalmente intentó sumar votos y gente hasta el último minuto. No alcanzó. Primero, porque hay un ciclo que empieza a cerrarse; segundo, porque un importante número de dirigentes siente que su líder no los respeta. "Nosotros hicimos lo que pudimos, pero no tuvimos participación en nada de esta construcción electoral", se animó a decir anoche una dirigente peronista devenida alperovichista. Alperovich no entiende que el problema está en su relación con el peronismo. No es la prensa sino su trato con dirigentes a los que no escucha. Tercero, Domingo Amaya no es el hombre fuerte que se presumía y, además, Alperovich lo ninguneó. Cuarto, el mandatario tiene un doble discurso. Piensa una cosa y dice otra y por lo tanto suele hacer lo que le conviene y no lo que conviene. De esas mezquindades y egoísmos empezó a darse cuenta la sociedad. Quinto, el gobernador no tiene herederos, ni reelección. Mantiene el liderazgo, pero empieza a perder poder y eso se nota.
José Cano empató, pero ganó. Hizo la elección que ni en sueños imaginó. Radicales, peronistas, socialistas, liberales e independientes le dijeron que es el elegido para conducir la oposición. No se muestra idóneo para homogeneizar tanta heterogeneidad. Sin embargo hace seis meses su soberbia no le permitía ver que podía ser diputado resignando la senaduría. Cambió y ganó mucho más que una banca.