Todo aquel que haya visto por televisión el paso de Usain Bolt en la avenida 9 de Julio sabe que no se puede hablar de una carrera. Sin dudas, el término actuación encaja mucho mejor para definir la presentación del hombre más rápido del mundo en la ciudad de Buenos Aires.
El carril del metrobús, el mano a mano tan promocionado contra el colectivo de la línea 59 y el posterior “trote” competitivo ante tres sparring también jamaiquinos, formaron parte del folklore de una visita indudablemente distinta. El sello distintivo lo ponen el currículum, la vigencia, la trascendencia y la penetración de uno de los mejores velocistas de la historia, sino el más grande de todos. La catarata de títulos, récords e hitos que Bolt ha conseguido a sus aún jóvenes 27 años, se potencian por un carisma impar en la historia del atletismo. Un físico demasiado grande para su velocidad, una sonrisa profundamente contagiosa, y una postura y entendimiento para manejar su vínculo con la gente y los medios, suman para hacerlo irresistiblemente atractivo. Y también suman, cómo negarlo, las miles de historias que sobre él y sus festejos han trascendido.
Por todo esto que se menciona, la gente soportó el intenso calor en el asfalto de Buenos Aires y le dio un marco destacado. Por eso los gestos de sorpresa, y no silbidos, cuando el show terminó casi sin siquiera empezar, y quedó lejos de colmar la expectativa generada. Por eso, los pedidos de fotos y autógrafos entre incómodos guardaespaldas.
Ahora sí, se puede decir que el rosario de destacadas visitas deportivas de 2013 ha terminado. Entre los tenistas y Bolt, el saldo es favorable aunque queden por revisar ciertas facetas de los productos que se le entregan al público.