La liturgia de la navidad nos trae un hermoso y esperanzador pasaje del Profeta Isaías en el que se anuncia que el Señor Yavé consuela a su pueblo y redime a Jerusalén al tiempo que anuncia que “todos los pueblos verán la salvación de Dios” (cf. Is 52,7-10). Se trata del anuncio de la ansiada vuelta de los judíos dispersos a Jerusalén para reconstruirla. Yavé es el que preparará las condiciones históricas para que esto sea factible y, así, pone la esperanza en el corazón de los hombres. ¿A quién está animando Dios? : a hombres fracasados y que padecen los males que se merecieron. No habla a santos sino a pecadores y les dice que al perdonarles sus errores pasados los hace fuertes para construir la Ciudad Santa.
Los cristianos vemos cumplido este oráculo en forma plena porque Jesús - apuntemos de paso que este nombre, en hebreo, significa “Yavé salva”(!) - es el Hijo de Dios que, con su nacimiento, hace “descender del cielo para nosotros la paz verdadera” (cf. ant. Misa de la noche). Por ello exclamamos exultantes con la liturgia “Hoy brillará la luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor; él será llamado Dios admirable, Príncipe de la paz, Padre para siempre, y su reino no tendrá fin” (ant. Misa de la aurora. Cf. Is 9,1.5;Lc 1,33).
Jesús es la Palabra de Dios hecha carne en las entrañas purísimas de la siempre Virgen María. Por ello mismo afirma hermosamente la Carta a los Hebreos “Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas (…) Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo” (cf. Heb 1,1-6).
En la fragilidad del niño nacido en Belén de Judá se muestra de modo elocuente el inaudito amor de Dios que no desdeñó compartir nuestra condición humana para hacernos participar de su vida divina (cf. Misa del día. Oración Colecta).
Sí, Dios ha querido compartir nuestra historia, que El mismo guía con su Providencia, enviándonos a su Hijo y hacernos hijos de Dios en el Hijo de Dios que es Jesús y, con ello mismo, hermanos entre nosotros. En efecto, donde no hay Padre no hay hijos y donde no hay hijos no hay hermanos. El fundamento más profundo de la fraternidad y solidaridad que fortalecen los lazos humanos es Dios. Cuando alejamos a Dios de nuestra vida, de nuestro horizonte, ponemos en riesgo la convivencia, la fraternidad, la solidaridad.
Alegrémonos entonces y miremos el futuro con esperanza. Ha nacido el Príncipe de la paz, el que nos hace hermanos, el que entregó su sangre por todos los hombres. Sí, la paz es posible, la reconciliación es posible, el perdón es posible, la fraternidad es posible porque Dios mismo las impulsa con su poder como, en su momento, la impulsó para nuestros hermanos mayores judíos según anunciaba Isaías en el pasaje anunciado al comienzo.
Sobre esta base quisiera, en esta navidad hacer tres breves reflexiones. Con Jesús se hace presente el Señor de la historia. Esto genera esperanza, pero también un compromiso. Tenemos que colaborar, con corazón abierto, en la construcción de un mundo diferente, más justo y más fraterno. Que esta navidad, en este preciso momento de Tucumán y de Argentina, asumamos el compromiso de una colaboración solidaria con todas las estructuras sociales, con todas las instituciones y, muy especialmente, con los más pobres.
La segunda reflexión es esta: Jesús nació en la pobreza de un establo, porque no había para María y José un lugar en la posada. Nació, entonces, en la periferia; y murió, también, en la periferia, fuera de Jerusalén. Vivió pobre entre los pobres anunciándoles el Evangelio de la paz y, en los momentos cruciales de su vida, estuvo presente su madre, María. A ella le rogamos que ayude a que la Iglesia se comprometa cada día más con los pobres de toda pobreza y que pueda ser, de verdad, una casa para todos. La casa de Dios entre las casas de los hombres.
La tercera y última reflexión es un vehemente llamado a la invitación del Santo Padre a salir de nosotros mismos, de nuestro encierro, de nuestro egoísmo para ir, precisamente, a toda periferia, a todo hermano que nos necesita y reclama, simplemente con su presencia, nuestra atención y cariño. Que dejemos nuestra comodidad y nos hagamos misioneros, “callejeros” como nos pide el Papa y anunciemos a todos el gozo del Evangelio.
Para todos y cada uno de los tucumanos, cristianos, judíos, musulmanes, miembros de otras religiones, agnósticos, ateos, sin excluir absolutamente a nadie, imploro en esta navidad la bendición de Dios. Por todos rezo, a todos les deseo un futuro venturoso. Que el Príncipe de la Paz nos ayude a construir una Patria de hermanos en la que la justicia, la solidaridad, el compromiso ciudadano, la honradez, la solidaridad, aseguren una paz sólida, estable y duradera.