El tono del año estuvo dado por la proliferación de ferias, pequeñas y medianas; la apertura de galerías, y una mayor difusión de las obras a través de éstas y de otros espacios que funcionan como tales; tiendas en la que un dibujo de Pablo Guiot se expone al lado de un vestido con diseño de autor, por ejemplo. Con un formato similar, el Estado aportó lo suyo: el Mercado Cultural, del Ente Cultural, y Arte Abasto, fuertemente respaldado por el Ente Turismo. Todo lo cual hizo que más que de arte, se hablara del circuito, de la venta y de la compra; de los precios, en definitiva.
De todos modos, hubo proyectos de gran producción que, más allá del mayor o menor público que tuvieron, deben destacarse: en La Cripta, “Kripte”, del bonarense Cristian Segura, ganador del concurso Subte; “Siempre estoy teniendo dudas”, de Carlota Beltrame, en el Museo Timoteo Navarro, y Proyecto Doppelgänger, de Alejandro Gómez Tolosa, en el mismo museo.
Los grabados de Joan Miró hicieron que por primera vez los tucumanos pudieran ver directamente estos trabajos del gran artista surrealista, y fue todo un acierto el dispositivo interactivo que instaló Dante Martínez Figueroa en la sede de 9 de Julio 44. También en agosto, el MUNT exhibió la totalidad de las obras que posee de León Ferrari, la colección completa de “L’Osservatore Romano”.
Los salones oficiales no trajeron aire fresco: como en las últimas ediciones, la observación da cuenta del escaso riesgo que corren los artistas en estos tiempos; muy pocas fueron las propuestas que escaparon de lo común, más allá de que ese común esté conformado por pintores o grabadores con alguna excelencia técnica; se advierte gran desinterés por la experimentación.
La Noche de los Museos congregó algo más de 3.000 personas que recorrieron, sobre todo en el circuito céntrico, un combo muy variado, al incluir en su oferta piezas del patrimonio histórico, joyería, artesanías y platería. Circuito Abierto (en el que participaron 13 espacios) también tuvo lo suyo, al mostrar un arte netamente contemporáneo. Arte Abasto, igualmente, concitó un gran atractivo público.
Este año, las autoridades de Artes Visuales inauguraron el ciclo denominado “Artistas tucumanos enseñan”, en el que participaron Carlos Alcalde, Carlota Beltrame, Aurelio Salas y Donato Grima. Independientemente de que se esté de acuerdo o no con este programa, lo cierto es que lo hubo; distinto es el caso del MUNT, cuyas salas se repartieron sin ninguna política curatorial. Algo similar ocurrió con el Centro Cultural Virla, que una vez más, apostó al diseño.
En estas breves consideraciones, no se pueden obviar las fotografías de Pablo Masino (“Nobleza”) y las pinturas de Pablo Iván Ríos (“Road Rage”), así como la muestra “Dos Click y un Splash”, de Rosalba Mirabella, Javier Soria Vázquez y Pablo Guiot; el “Monumento al sanguche de milanesa”, de Sandro Pereira, quedó emplazado en la ex papelera y los grafitis de Fabricio Paredes y Leandro Fernández hicieron ver algunos muros de otra manera. Rusia Galería, en tanto, se consolidó con una estética propia.
Casi al concluir el año, y en las postrimerías de los saqueos, en un hostal de Barrio Sur y en el Taller C de la Facultad de Artes, dos potentes trabajos se exhibieron: el grupo El Bondi construyó con cartón un tanque a escala natural, que ocupó toda una gran habitación en Buenos Aires al 600; sobre un blanco pedestal, un clavo hundido se ofrecía a la mirada atenta de los espectadores, en la obra de Fernando Macías.
¿Polémicas? En rigor, pocas en relación al arte mismo; sí, como es costumbre (sucede todos los años), se cuestionó a los jurados y sus decisiones. Pero este año irrumpió con fuerza la discusión sobre la inclusión de animales en las muestras, una debate que tuvo como protagonistas a un gallo y a una rata, en el Centro Cultural Virla.