El poeta Ángel Leiva no tiene problemas en reconocer que el exilio forma parte de él. Lo condiciona, lo interpela y lo proyecta hacia otras dimensiones. El exilio es su compañero desde muy pequeño y también es su realidad. Lo lleva como una marca de fuego, como un tatuaje del que ya nunca podrá desprenderse. “Siempre estuve condenado al resultado del exilio”, asegura. Y no lo dice con resentimiento ni tristeza, sino más bien con orgullo. Con mansa resignación y hasta con cierta esperanza. Porque a donde va siempre es un exiliado: en Madrid y Sevilla, donde reside actualmente; en Estados Unidos, donde enseñó durante tantos años y donde vive su hijo, y hasta en la misma Simoca, donde vio la primera luz. “Me marché porque estaba amenazado y era perseguido por López Rega. Había mucha violencia en los 70. Y tuve que dejar todo lo que amaba. Pero yo nunca fui un guerrillero. Era perseguido porque leía y ejercía la poesía. Mis armas eran, al fin y al cabo, eran las palabras”, cuenta.
Hoy, este poeta de 73 años, volvió a Tucumán invitado por el Ente Cultural para presentar, en el marco del Mayo de las Letras, su libro “Regreso al sur o las voces del exilio”, que editó el mismo Ente. “Gracias a esto, pude conocer a mucha gente que nunca había leído mis poemas. He dado algunas charlas en distintas ciudades del interior y ahora descubro que mi obra es casi desconocida en esta provincia. Como si yo nunca hubiera nacido aquí”, señala.
Pero, en sus palabras no hay resentimiento, sino más bien resignación. Él, que se codeó con los más grandes, que compartió veladas con Gabriel García Márquez y Mario Benedetti; que era íntimo amigo de Carlos Fuentes; que mantuvo charlas memorables con Jorge Luis Borges y Julio Cortázar (charlas cuyas grabaciones conserva y que son codiciadas por editoriales españolas) y que hasta se dio el lujo de viajar junto a Mario Vargas Llosa... él nunca consiguió que sus trabajos trascendieran en Tucumán. “No sé... tal vez será que siempre fui un escritor independiente y nunca me casé con ninguna editorial, pero lo cierto es que nunca tuve en la Argentina el reconocimiento que alcancé, por ejemplo, en Estados Unidos o en España”, agrega.
Y para ratificar sus dichos cuenta que al Centro Cultural que lleva su nombre en Simoca, no lo conoce. “No sólo nunca di una charla ahí, sino que jamás fui invitado. Ni siquiera a la inauguración. Y eso que vengo a Tucumán casi todos los años”, agrega. Una contradicción oficial imperdonable que, sin embargo, aprendió a sobrellevar sin rencor y hasta con cierta alegría. “He comenzado a trabajar el tema de la memoria. De la memoria no como nostalgia propiamente dicha, sino más bien como razón de un presente cambiante. Es un trabajo que ronda más con la filosofía y que, por supuesto, está atravesado por el exilio”, señala.