Los antiguos griegos solían decir que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Y también más, pese a que se supone que su inteligencia, a su capacidad de discernimiento deberían otorgarle alguna ventaja sobre sus hermanos mamíferos. Pese a que hace más de 25 años, se viene advirtiendo en foros internacionales que si se sigue destruyendo la naturaleza, contaminando el medio y en consecuencia, alterando el clima, se producirán catástrofes ambientales y, de hecho, ya se vienen produciendo.
El 17 de junio pasado, se recordó el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y Sequía, instituido en 1994, la por la Asamblea General de las Naciones Unidas con el objetivo de fomentar la conciencia pública sobre el tema. La ONU ha instado este año a generar conciencia sobre la conservación y mejoramiento de la biodiversidad y los servicios ecosistémicos para incrementar la resiliencia ecológica y reducir la vulnerabilidad de la población, como estrategia para hacer frente a los efectos del cambio climático, especialmente en las tierras áridas. Los ecosistemas que gozan de salud son más resistentes a los peligros que presentan las alteraciones del clima. En la ocasión, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, señaló: “La degradación de la tierra, causada o exacerbada por el cambio climático, no solo supone un peligro para los medios de vida, sino también una amenaza para la paz y la estabilidad”.
A comienzos de junio, se produjo una histórica crecida del río Iguazú por las intensas lluvias en el sur de Brasil, que obligó al cierre del acceso a la Garganta del Diablo, el mayor de los saltos de las Cataratas. La marca máxima se había registrado en las inundaciones de 1992, con 36.000 m3/s, unos 10.000 menos que la medida actual. El consiguiente desborde del río Paraná puso en alerta a las provincias de Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe.
Un experto en bosques ribereños, consultado por LA GACETA sobre el asunto, dijo que el problema es que el hombre interviene las márgenes con asentamientos, campos de cultivo y desmontes. “El color rojizo del agua refleja indirectamente todos los desmontes asociados a la cuenca. En Google Maps se puede ver que en el Parque Nacional Iguazú, del lado de Brasil y de Paraguay, no se ve masa forestal. Si no se hubiera desmontado tanto, el agua no tendría ese color de suelo lavado. Es momento ideal para replantear cuáles son los límites del hombre, y ver hasta dónde podemos llegar”, afirmó.
En abril pasado, a lo largo de 12 km de la ruta 334, que une La Cocha con Taco Ralo, unos 600 pobladores de Puesto Los Pérez, El Mistol y Palancho quedaron aislados durante varios días a causa del desborde de los ríos San Francisco, los arroyos El Sueño, La Posta y acequias. “Hay que tener en cuenta que antes el agua era contenida por los montes. Ahora se han convertido en campos de granos. Nada frena a la creciente que llega desde Catamarca y también desde La Cocha”, dijo una vecina. Hace unos años, un ambientalista dijo que si se seguía desmontando el piedemonte para hacer countries y barrios, era probable que un futuro cercano se desmoronara parte del cerro San Javier.
La depredación de los bosques, la contaminación de los ríos y del aire son una constante en Tucumán desde hace décadas. Si no se asume este asunto como una política de Estado, se corre el riesgo de hipotecar el futuro de las próximas generaciones de tucumanos.