BRASILIA.- Cuando Diego Maradona lloraba al recibir la medalla de subcampeón en 1990, nadie imaginó que deberían pasar 24 años hasta que Argentina se metiera nuevamente entre los cuatro mejores de un Mundial. Pero ese día llegó en tierra brasileña, y fue un enorme desahogo y una fiesta celeste y blanca.
Tras el partido, Lionel Messi, a quien muchas veces se lo castigó por no cantar el himno, revoleó los brazos, se golpeó el pecho y gritó cada canción que bajó de la tribuna para festejar el pasaje a semifinales. Las camisetas volaban por encima de las cabezas de los jugadores, mientras los simpatizantes agarraban lo que tenían a mano e imitaban el gesto. Por unos minutos fueron uno. Los futbolistas bajaron de su lugar de estrellas y fueron hinchas, se abrazaron y se emocionaron como lo hicieron los miles que llegaron desde Argentina.
Los hinchas ya no tenían voz luego de 90 minutos en los que debieron gritar fuerte para no ser tapados por miles de brasileños que alentaban por Bélgica, pero siguieron. No importaron el sufrimiento del final ni los errores que pusieron en jaque el triunfo. Mascherano se arrodilló y apretó los puños. Llevó su cabeza al suelo, emocionado. Acaso es en él en quien mejor se reflejan las frustraciones del pasado y el desahogo de ayer. Sufrió en Alemania 2006 al perder por penales con los locales, luego en 2010 tras ser goleado por los teutones. Ahora celebró.
Los minutos pasaron y el festejo de los jugadores se mudó al vestuario, pero el de los hinchas siguió en las tribunas. Las banderas continuaron en el aire y los gritos de esas gargantas ya gastadas se siguieron escuchando. Las canciones de siempre y la ilusión de estar en el Maracaná el domingo 13 se repitieron.
Para algunos afortunados no hay tiempo que perder. La aventura del Mundial sigue y deberán acomodar todo en sus autos, motorhomes y casas rodantes y emprenderán el viaje a San Pablo. Nuevamente al sambódromo en busca de su propio carnaval.