No todas las despedidas son tristes, por más que el hasta la vista suene
más a expresión de deseos que a planes concretos de un pronto regreso. Así como Belo Horizonte es la casa de la Selección y la recibió con entusiasmo, también les abrió los brazos a quienes seguimos desde el minuto cero el devenir argentino en la Copa del Mundo. Es un anfitrión cálido, sonriente y hospitalario, que se desvive por mantener cómodos a sus invitados. Quien haya elegido esta ciudad para albergar al plantel acertó un pleno. No pudo ser más acogedora la bienvenida ni más cariñosa la estancia.
“Belo” es verde por todos lados, en los parques y en los morros circundantes. Es la amabilidad mineira expresada de mil maneras. Es la pasión por el baile que se vive sambando en el barrio Ouro Preto. Son los atardeceres de Gameleira y los tropeiros pulsudos y sabrosos en la bajada de Sagrada Familia. Ese es el “Belo” real, alejado de la puesta en escena para turistas del elegante Savassi. Es el corazón de un pueblo partido entre Cruzeiro y Atlético Mineiro. Es el orgullo de pertenecer a una de las ciudades con mejor calidad de vida en toda América Latina.
Es una lástima que la Selección haya permanecido recluida en la concentración de Cidade do Galo, a suficientes kilómetros del bullicio pero a años luz del sentir popular. A los mineiros les hubiera encantando acercarse a los jugadores y demostrarles su admiración. Sólo pudieron hacerlo aquella tarde del entrenamiento a puertas abiertas en el club América, antes del inicio del Mundial. Demasiado poco. Y eso que le tocó sufrir a “Belo”; además de la trágica caída de un bloque de autopista en plena avenida Pedro II, fue escenario de Alemania 7-Brasil 1. El estadio Mineirao quedará marcado para siempre por la máxima humillación de la historia del fútbol brasileño.
Es el momento de decirle adiós y gracias a “Belo”. Los jugadores lo harán en las próximas horas. El destino de todos es Río de Janeiro y allí se definirá esta historia. Los paulistas afirman que ellos trabajan para que los cariocas se diviertan todo el año. Esa efervescencia está asegurada en Copacabana y aledaños, porque la segunda invasión argentina está en marcha. Si antes del partido con Bosnia se armó una pueblada albiceleste impactante, ¿qué clase de epopeya aguarda esta vez a la vera del mar? Allá vamos.