Las finales no se juegan; se ganan. La frase no pierde vigencia nunca, a pesar del paso de los años. Por eso, en estas instancias el esfuerzo debe ser total, al límite. Tampoco sirve haber hecho casi todo bien, si se falla en la decisiva. Y esto le pasó a Argentina ayer.
Dejó el alma y algo más en césped del Maracaná. Pero cayó rendido por un cúmulo de pequeños errores que no se pueden cometer ante un equipo alemán que, a lo largo de Brasil 2014, demostró ser el mejor del mundo.
El planteo volvió a ser acertado. Alejandro Sabella puede darse por satisfecho en lo que a su trabajo se refiere. “Pachorra” tapó muchas bocas porque a lo largo de su proceso recibió “dardos envenenados” de todos lados. Y desde octavos de final hasta ayer, ideó los partidos como debía. Él fue un estandarte para que la Selección haya estado presente en el duelo decisivo.
Ayer hizo lo que debía. Jugarle de frente a una Alemania aceitada en ataque era suicidarse cual Brasil en “semis”. Por eso esperó, bien parado, el momento de encontrarse con algún regalito. Pero claro, no contaba con que sus pupilos no iban a estar finos.
Gonzalo Higuaín, en el comienzo del juego, Lionel Messi cuando el complemento estaba en pañales y Rodrigo Palacio en el inicio de la prórroga, fallaron situaciones inmejorables; y en un duelo trabado y tan táctico esas cosas no se perdonan. Para colmo de males, Messi jugó su peor partido en años. Casi no entró en juego y cuando la pelota pasó por sus pies no le dio buen destino. Claro que Alemania lo rodeó bien y no le dio espacios. Pero tratándose de él se esperaba más; muchísimo más.
Y para coronar el combo maldito que privó a Argentina de alzarse con la Copa, el planteo defensivo tuvo su momento fatídico cuando el duelo entraba en la recta final. Javier Mascherano salió a cortar a los costados y nadie le hizo el relevo. Y Mario Götze no perdonó. Esa fue la pequeña gran diferencia que enloqueció a Alemania y cubrió de tristeza a Argentina.