“Se acaba el Mundial... Quedan 874 días para los Juegos”. Ese fue el principal título del diario “O Globo”, el más prestigioso de Brasil hace exactamente una semana. Esas dos frases encierran a la perfección lo que ocurre en estos momentos en Río de Janeiro. Los cariocas saben que lo que terminó el domingo en el Maracaná es el punto de partida de un desafío mucho mayor: lograr que los Juegos 2016, que se desarrollarán en esa ciudad entre el 5 y el 21 de agosto de ese año, sean tan buenos como para que el Comité Olímpico Internacional (COI) no se arrepienta de haber elegido una sede sudamericana por primera vez en su historia.

Alcanzar el objetivo no será tarea sencilla. La mayoría de las obras se encuentran en pleno desarrollo -los más optimistas aseguran que están en más de un 50 % realizadas-, pero las críticas por las demoras no paran en estos días. La presidenta Dilma Rouseff está tranquila. La experiencia que cosechó con el Mundial le sirve para silenciar todo tipo de cuestionamientos. A las críticas que recibe desde el exterior, con orgullo, las contesta sabiendo que el certamen marcó varios récords mientras luce el orgullo del 9,25 de calificación que le puso la FIFA.

A los brasileños que le cuestionaron haber gastado 13.600 millones de dólares en el Mundial -es lo que se conoce hasta ahora- les refriega por la cara que generaron ingresos por más de U$S 2 billones. Ese dato también le sirve para, de alguna manera, terminar de justificar los U$S 16.000 millones que se invertirán para la próxima cita ecuménica.

“Todo será distinto con los Juegos. Hubo más movimiento, pero no ganamos lo que pensamos. Ahora será diferente, porque según nos dicen, será otro tipo de público”, cuenta Ricardo Alves, dueño de La Paloma, uno de los centenares de bares al paso ubicados en el barrio Lapa. “El movimiento será mucho mayor y todo estará focalizado en nuestra ciudad, pero tendremos que hacer muchos cambios”, comenta.

El empresario no se equivoca en lo más mínimo. Los atletas de las 28 disciplinas que competirán en estos juegos mostrarán todo su talento en los escenarios que se montaron en cuatro áreas: Maracaná, Tijuca, Deodoro y Copacabana. Los seleccionados de fútbol, entre los que no se encuentra Argentina por no haber clasificado, serán los únicos que se movilizarán por el país, ya que utilizarán los estadios mundialistas de Belo Horizonte, Brasilia, Salvador y San Pablo.

También se aprovecharán otros escenarios ya hechos, como el Maracaná (escenario de apertura y cierre de los Juegos), el “Joao Havelange” (será sede del atletismo), HSBC Arena (se competirá en gimnasia artística y rítmica), Sambódromo (maratón y marcha) y las playas de Copacabana (beach voley y triatlón), por sólo citar algunas.

Pero también hay otros problemas que van saliendo a la luz. Por ejemplo, aún faltan muchos detalles para definir los escenarios del rugby 7 y el golf, que debutarán en estos juegos. Y otro más grave: los cariocas confirmaron que no habrá tiempo para limpiar el contaminado lago Rodrigo de Freitas, donde se realizarán varias de las pruebas náuticas. El Parque Olímpico de Barra, donde se alojarán los atletas, recién va queriendo tomar forma, a pesar de que miles de obreros trabajan 22 horas por día.

Alojamiento y algo más

Más allá de las dudas, los cariocas ya empezaron a planificar. Pese a que fue la segunda ciudad más visitada del Mundial –recibió a unos 880.000 turistas, cerca de 100.000 menos que San Pablo, que fue la más visitada durante el torneo- ya hay todo un movimiento para corregir los errores cometidos y cubrir las falencias.

El sector hotelero ya anunció que para los Juegos aumentarán unas 15.000 plazas la capacidad. Esa cifra no es menor si se tiene en cuenta que hasta ahora sólo cuentan con 35.000. También se fijaron los precios que tendrán para esos días: las más baratas costarán U$S 178 por día y las más caras, U$S 550. Esos valores se manejarán con las reservas que se hagan hasta un año antes del inicio de la competencia, después los costos serán otros y, por supuesto, más elevados.

La invasión argentina a la ciudad durante el Mundial también sirvió para que abrieran los ojos. “Tenemos que trabajar en la creación de espacios para que los visitantes puedan estacionar sus motorhomes, casas rodantes y carpas, sin molestar a nadie. El día de la final, los fanáticos argentinos se instalaron en cualquier lado, porque no tenían dónde hacerlo”, asegura Alberto Guimarães, director ejecutivo del Comité de Organización.

La preocupación por albergar a los visitantes es importante. Los miembros del COI pronostican que Río de Janeiro recibirá al menos 500.000 extranjeros durante los Juegos. Pero eso no es todo: ya anunciaron que lanzaran a la venta 9 millones de entradas, tres veces más de la que se comercializaron en el Mundial.

“Es un tema serio y nos llena de preocupación. Queremos brillar, como lo hicimos con el Mundial, pero todo será muy distinto. Necesitamos el apoyo de todos los cariocas para tener éxito”, dice preocupado Luiz Ramírez, recepcionista de un hotel.

Y Río de Janeiro no sólo tendrá que organizarse mejor, sino que además deberá poner su cuota de sacrificio. Para construir el metro que unirá la ciudad, las autoridades deben eliminar íntegramente la favela Vila União de Curicica, donde hay unas 876 casas y viven unas 1.500 familias. A los habitantes de esa humilde barriada se les dará una nueva vivienda o se les pagará una indemnización.

“El problema que afronta el gobierno es que tendrán que construir más casas de las estipuladas. Allí viven tres familias en cada casa, por lo que los dueños recibirán tres viviendas. Significa un cambio importante en sus vidas, pero también un enorme gasto que terminaremos pagando todos”, explica Ramirez.

Según las fuentes oficiales, durante el Mundial, el tiempo de permanencia media de los extranjeros en Brasil fue de nueve días y con un promedio de U$S 539. “Es una cifra importante, pero sólo se dio en el caso de los europeos y norteamericanos. En el caso de los sudamericanos, especialmente los argentinos, no fue tan así. Vino mucha gente pobre a gastar lo justo”, se queja Alves y cruza los dedos para que en los Juegos sean otros los visitantes.

La ciudad necesita:

- Mejorar el transporte público de pasajeros, ya que no estuvo a la altura de las circunstancias. Cada vez que se producía una gran concentración de personas, se registraron problemas para viajar en taxi u ómnibus.

- Difundir el uso del inglés en las actividades vinculadas a la atención del turismo. Por caso, los taxistas sólo hablan en portugués y además son escasos los restaurantes que tienen cartas bilingües.

- Mayor difusión de las actividades que pueden desarrollar los visitantes durante los momentos en los que hay una pausa en la competencia. Deberían organizarse más excursiones cortas.

- Mejorar los aspectos de los aeropuertos que reciben los vuelos internacionales y contar con el personal idóneo para guiar a los visitantes desde el mismo momento que pisan el suelo brasileño.