Es conocido que uno de los centros clave de la asonada porteñista de 1874 contra el Gobierno Nacional, estaba localizada en la zona de Cuyo, con el general José Miguel Arredondo a su frente. Neutralizarlo era misión de las fuerzas del coronel Julio Argentino Roca.
El flamante presidente Nicolás Avellaneda escribía a su comprovinciano, el 2 de octubre. “Querido Roca: todo reposa, hoy, sobre usted. Arredondo vencido, termina la revuelta, de lo contrario, esta tomará gran incremento. Arredondo no puede luchar contra los recursos de la Nación, pero la guerra civil puede ser larga y esterilizar mi gobierno. Obre usted con seguridad matemática, tucumana. Está jugando su porvenir militar. Espere todos los refuerzos y pida todos los que sean necesarios. No dé batalla sin seguridad de triunfar. Arredondo tiene buena artillería, dos ametralladoras y dos prusianas. Téngalo presente: una derrota sería el mayor de los desastres”.
El 7 de diciembre, Roca ataca a Arredondo por la retaguardia en Santa Rosa. Lo derrota, lo toma prisionero y escribe a Avellaneda: “Ya está usted servido. Se lo entrego a Arredondo prisionero después de un triunfo espléndido, sin que se deba nada la casualidad. Se quedó con sus formidables trincheras y fue batido por donde menos lo esperaba... Lo que hay de particular, es que él no supo que estaba prisionero, sino cuando galopando yo hacia él y tendiéndole la mano le dije: General, es usted mi prisionero”.
Avellaneda le envía un jubiloso telegrama: “Lo estrecho sobre mi corazón. Que le sea esto permitido al amigo, antes de que el presidente se dirija a usted saludándolo general sobre el campo de la victoria”.