Natasha se queja por la proliferación de planes sociales y se entromete en la conversación con un sarcasmo: “falta que te den un plan por caminar”. Su frase se coló en la eterna discusión política de entrecasa sobre si hay que dar o no subsidios y a quiénes. Sus palabras no tendrían mayor trascendencia si no fuera por el hecho de que Natasha tiene 15 años.
La charla familiar había comenzado con la preocupación sobre la posibilidad de que Tucumán viva otro diciembre con saqueos y terminó con la indignación de la mayoría presente con las noticias sobre un presunto subsidio por tres meses para que no se produzcan desmanes. La misma Natasha es la que cuenta que en su barrio hace ya semanas que andan “anotando” para el plan. O sea: hasta una adolescente está al tanto de que en los cuatro rincones de la capital tucumana punteros ofrecen la “ayuda” con el nombre de plan antisaqueo, pero en el Poder Ejecutivo lo niegan como Pedro a Jesús.
Las chances de que en la provincia reviva aquel diciembre sangriento se redujeron considerablemente por diferentes motivos. El principal de ellos es el electoral. La maquinaria de punteros políticos del oficialismo se echó a andar el mes pasado para que en los barrios “peligrosos” los muchachos sepan que se las verán negras si osan encender sus motos en manada para, cual lobos, desgarrar el comercio que les plazca. En lo político, el alperovichismo aprendió que no puede dejar librado al azar el timón de las calles. Sabe que un descontrol de las características fatales del diciembre pasado será el contrapeso suficiente para inclinar la balanza de las elecciones 2015 en su contra. Gran parte de la pelea política de las últimas semanas entre los dirigentes alperovichistas de la capital gira alrededor de la disputa por el control y distribución de fondos públicos. Ya sea con obras o con subsidios, los “Terraza”, los “Frontón” o los “Independientes” sólo saben hacer política con la billetera llena. Es el recurso vital para permanecer prendido de la teta estatal. Por ello, en tiempos donde las vacas no son tan gordas, los oportunistas de la política aplauden que haya preocupación por los saqueos: ello se traduce en un Estado que se esforzará en regar con dinero las tierras menos favorecidas socialmente con tal de que haya paz.
El que tampoco puede fallar es el ahora ministro de Gobierno y Seguridad, que cuando ostentaba sólo la segunda parte de su cargo actual recibió como una trompada los tres días de saqueos de 2013. Un día antes de que comenzaran, Jorge Gassenbauer había jurado que nada iba a pasar en Tucumán. Este año no quiere que le suceda lo mismo. Por ello mandó a su secretario a que advierta a los policías que cualquier indisciplina se pagará con cárcel. Gassenbauer fue más allá y buscó el apoyo de su viejo amigo, Edmundo Jiménez. Le pidió que la Justicia apure las denuncias contra los policías acusados de sedición y contra los que instigaron los saqueos. Con esa acción, el escurridizo ministro fiscal de la Corte podrá reforzar su estrategia por la que intenta instalar que su muñeca “mejora la Justicia” (es su obsesión) y Gassenbauer podrá chapear ante la familia policial que su advertencia va en serio. Hasta el gobernador admitió que se hace inteligencia con la Policía para prevenir ataques contra comercios y que se reforzará la presencia policial en las calles. Hoy, recién hoy, evitar saqueos es una cuestión de Estado.
Todos caen en la volteada
La oposición también aprendió algunas lecciones tras los días de civiles armados. La sociedad, cuando se enoja, no diferencia entre políticos de izquierda y derecha, o entre oficialistas y opositores. Cuando cunde la violencia y se desparrama el miedo, el odio alcanza y sobra para toda la clase dirigente. Por eso el de los saqueos es un tema tabú en la oposición: pasarse de la raya y quedar como instigador es un peligro que no puede correr. En pleno caos de 2013, algún que otro dirigente antialperovichista había pensado hasta en alentar los desmanes. Algún que otro viejo político más pensante les recordó a todos, a los gritos, que ellos iban a caer en la misma bolsa. Ya en Buenos Aires Barrios de Pie dio un paso en falso cuando sus dirigentes acudieron en masa a pedir una “ayuda” a supermercadistas. Si cualquier sector opositor queda ligado a este tipo de acciones, la venganza en las urnas puede ser terrible.
Tranquiliza la previsión política y policial para garantizar unas felices fiestas. Pero surgen preguntas retóricas incómodas para el alperovichismo gobernante. ¿Qué se hizo durante estos 11 años para mejorar lo social? ¿Qué Policía forjó un extenso Gobierno si en el epílogo de su gestión no logró evitar una inédita batahola de saqueos? ¿La preocupación por los sectores más vulnerables es sólo coyuntural y acorde a las necesidades políticas? ¿Cómo se contendrá un pedido social de fin de año de aquí en adelante si ya se legitimó que con la fuerza y el delito se consiguen subsidios? ¿Cómo se permitió que la próxima generación de argentinos ya reflexione, como Natasha, con una visión estigmatizante y de quiebre social?