En sus mensajes navideños, el papa Francisco ha vuelto poner una vez más el dedo en la llaga. Su crítica a la conducta del ser humano no sólo es hacia afuera, sino también hacia el ámbito que a él le compete en particular. En el primero de ellos, apuntó sus dardos a la Curia romana, el conjunto de órganos de gobierno del Vaticano. Dijo que padecía de 15 enfermedades, entre ellas “Alzheimer espiritual”.
Reprobó su “inmovilismo mental” y el “sentirse inmortal e inmune”, y pidió guardarse del “terrorismo de las murmuraciones”. Afirmó que esta inacción mental y espiritual lleva a perder la necesaria empatía humana. Sostuvo que el mal de la rivalidad y la vanidad afecta a aquellos que buscan títulos y reconocimiento y sólo creen en sí mismos. Censuró la “esquizofrenia” de quienes llevan una doble vida, así como contra la indiferencia hacia los demás. “Estos males son un peligro para todo cristiano, pero llamarlas por su nombre y ser conscientes de ellas es el primer paso para mejorar”, dijo.
En el segundo mensaje, el Pontífice se refirió a la responsabilidad y al compromiso que deben tener los políticos en la resolución de los problemas que enfrentan a los pueblos. Les pidió que se comprometieran a superar contrastes mediante el diálogo y construir una convivencia duradera.
La crítica que hace de la Curia romana, se refleja también lo que ocurre en una parte de la sociedad. Nunca han sido fáciles los tiempos para la condición humana, siempre acosada por la injusticia, el egoísmo, el individualismo despojado de sensibilidad, la indiferencia, la falta de solidaridad, las guerras, por el poder económico que no tiene rostro.
La política, una de las expresiones más importantes del ser humano, porque se persigue la conquista del bien común por encima de los intereses personales, está desprestigiada desde hace mucho tiempo. A menudo se la asocia con la corrupción, con el enriquecimiento personal y familiar, con el nepotismo y si bien hay argumentos y razones que avalan este punto de vista, tampoco es bueno generalizar porque hay políticos que cumplen con compromiso, honestidad y dedicación la tarea para la que han sido elegidos por la ciudadanía. Arturo Illia, Fernando Pedro Riera y Raúl Alfonsín, entre otros, son emblemas de probidad.
Faltan pocos días para el comienzo de 2015, un año electoral en que seguramente se gastarán muchos dineros del pueblo en encuestas, en subsidios, compra de votos, bolsones, etcétera.
Siguiendo la línea del pensamiento del papa Francisco, sería positivo si la población pensara en quiénes se presentan como candidatos; si estos serán capaces de cumplir las promesas que se lanzan al viento; si se ocuparán con seriedad en resolver los problemas de las personas; si estarán capacitados para desempeñar su tarea con la eficiencia que se requiere y se ocuparán verdaderamente del bien común. La función del político encierra una gran responsabilidad, porque ocupará un cargo gracias a los ciudadanos que han confiado en él, no para que él solucione su presente y futuro económico ante todo. La depuración o la cura de estos males vendrán de la mano de la educación.