La vuelta de Juan Martín Del Potro ha llegado a su fin. Al menos en su primera entrega. Ahora que terminó su semana en Sydney, parece prudente asomarse a las primeras conclusiones. El retorno, sin dudas, ha sido positivo. Las victorias ante Sergei Stakhovsky y Fabio Fognini así lo acreditan. E incluso también lo hacen el desarrollo y los números de la caída contra Mikail Kukushkin, en la madrugada del jueves. El 7-6, 7-6 con el que el kazajo lo derrotó denota un trámite parejo en el que la vara derrota-victoria pudo haberse invertido con pocos puntos diferentes. Y el dato de que el partido no tuvo siquiera un break point, no hace otra cosa que profundizar el concepto. En el saldo completo de las tres presentaciones vimos a un Del Potro amigo de su servicio, con un promedio de 74% de primeros saques. Detrás de eso, no sorprende la fiereza de su drive, aún pensando en los 321 días de inactividad competitiva. El desequilibrio con ese golpe es una característica natural que, pase lo que pase, lo acompañará durante toda su carrera. Físicamente Juan Martín se mostró competitivo, tal vez algo lento en los desplazamientos laterales y para las situaciones defensivas en general. Fuera de estos aspectos técnico-físicos vale mencionar su intensa actitud, algo esperable de parte de quien estaba añorando el momento desde febrero pasado.
Por último, y no es casual que quede para el final, aparece el bendito revés. ¿Maldito? En sus contactos con la prensa el tandilense dijo exactamente lo que se vio en la cancha. Estuvo inseguro y desconfiado. Inestable. Distraído, pensando en un dolor que lastima de a ratos. Pegó duro pocas veces, dosificó riesgo y molestias, y utilizó el slice mucho más de lo que su naturaleza de pegador indomable sugiere.
De como siga su muñeca izquierda dependerá el futuro inmediato. Lo que es seguro, es que Juan Martín está dispuesto a pelear y derrotar a un destino de lesiones que, caprichoso, no termina de correrse de su camino.