Es tan escaso el flujo informativo que Del Potro permite sobre su actualidad que cada uno de sus movimientos termina siendo una gran sorpresa. Así, de repente, apareció una foto con la que mostraba que había volado de Australia a Estados Unidos y que lo había vuelto a operar Richard Berger, en la clínica Mayo de Minnesota. Segunda vez en la muñeca izquierda en menos de un año. Sin embargo lo único que se informó fue que la “pequeña intervención” había sido exitosa y que la recuperación comenzaría en dos semanas. Nada sobre el motivo clínico y menos aún el detalle de lo que se le realizó.
El jueves, Juan Martín llegó al país para moverse enseguida a su Tandil natal. En el camino dejó una declaración que podía anticiparse: “el partido más difícil de mi carrera es contra esta lesión”. Punto aparte.
Al ver como se sucedieron las cosas en esta vuelta, vale plantear que el torneo de Sydney se usó como la prueba final antes de decidir volver al quirófano. ¿Algo se complicó por esos tres partidos? ¿O simplemente no mejoró? Y si fue esto último, quizá haya sido la prueba definitiva de que “ir y jugar” no sería la solución esperada, como el propio jugador pensó. O, en cambio, ¿alguien creyó que la situación no podía empeorar y se equivocó en el pronóstico?
De la recuperación se sabe poco. Y me animo a decir que poco se sabrá. Apenas que comenzará dentro de unos 10 días, al cumplirse dos semanas de la entrada al quirófano. Se especula con un parate de más de media temporada, aunque no existieron referencias al respecto. Es una pena. En realidad son dos penas: una enorme, la otra de relleno. La primera, obvia, es su lesión y la consecuente obligada ausencia, sentida y lamentada por todo el ambiente del tenis. La segunda, lo poco que se informa sobre lo que le pasa. En la primera, Juan Martín hace lo que puede. En la segunda, es el principal responsable.