Una vez al año, el rugby mueve montañas. El Seven toma dos de los rasgos distintivos de Tucumán, el rugby y la belleza de sus cerros, y las funde en una fiesta que se extiende por poco menos de nueve horas, pero que demanda meses de planificación. Vale la pena.
Gente de aquí y allá, saludándose unos a otros en una pasarela sin fin, que se renueva a cada segundo.
Reencuentros, anécdotas, rivalidades y homenajes, todos con un denominador común: esa pelota en forma de óvalo, que enfrenta a los hombres en la cancha y los hermana fuera de ella.
Entre tanta gente, se cruzan personajes e historias de toda clase. Por ejemplo, la de Pablo Ronco, árbitro cordobés que vino a cumplir un sueño. “Lo único que me faltaba para recibirme de árbitro era dirigir en Tucumán, la Capital del Rugby. Acá se lo vive de otra manera”, asegura el presidente de la Comisión de Árbitros de Córdoba, que llegó a Tucumán a bordo de un Fiat Duna que ningún jeque petrolero podría comprarle.
“En 2001 me fundí y perdí todo, pero quedó el Dunita. Y con él me levanté de vuelta, viajando a Buenos Aires para hacer unas custodias (es policía). Y siempre le pongo la bandera de los árbitros encima”, relata.
En la carpa de CIALF espera la perla de Duncan Forrester, desde ayer con el título honoris causa de “jugador más viejo en la historia del Seven”, con 45 pirulos encima. Y se defendió bastante bien. “Es espectacular intentar seguir jugando a esto, que es mi deporte de toda la vida. A veces me da un poco de vergüenza, pero las ganas siempre pueden más. Aparte el seven es divertido, y hay que darle importancia porque a partir del año que viene vuelve a ser olímpico”, comentó Duncan, hoy por hoy un santiagueño más.