A pesar de nuestras búsquedas, no hemos podido dar con un retrato del doctor Sabino O’Donnell. Su primo Lucio V. Mansilla asegura que “tenía muchísimo espíritu, era instruido, hermoso hombre y en extremo agraciado”. Había nacido en Buenos Aires hacia 1814.
Su padre era don Carlos Santiago O’Donnell, un distinguido matemático español de sangre irlandesa que se estableció en el Plata en 1802, y se casó con Francisca Mansilla, hermana del general Lucio Norberto Mansilla, padre del autor de “Una excursión a los indios ranqueles”. Don Santiago tuvo una destacada carrera en la Escuela de Náutica y en las Universidades de Córdoba y de Buenos Aires.
En Tucumán
Su hijo Sabino (quien firmaba suprimiendo una de las dos “n” del apellido) se graduó de médico en 1837. Corría 1839 cuando llegó a Tucumán. El escritor Pablo Lascano, en sus “Siluetas contemporáneas” (1889), dedica un sabroso capítulo –que es fuente principal de esta nota- a aquel hombre “de mediana apostura, algo romántico y de maneras cultísimas”, que de inmediato “llamó la atención pública, principalmente del bello sexo, que se disputaba el honor de conocerlo, siquiera en la calle”.
Su condición de médico “en la plenitud de la belleza varonil, dotado de talento, galante por temperamento, poeta, escritor, artista hasta la médula de los huesos, con cierta fama en aventuras amorosas, le abrieron pronto todas las puertas”.
Amoríos y juego
En los bailes, en los banquetes, en las cabalgatas, descollaba por su presencia y su galante conversación. Según Lascano, las conquistas de O’Donnell en Tucumán, de mujeres tanto solteras como casadas, “fueron tan numerosas, que baste decir que en un baile se encontraban reunidas cuatro y cinco; y no era raro que por este motivo se produjera un pequeño escándalo, un desmayo o algo por el estilo, que el público comentaba durante largo tiempo”.
Por añadidura, era hombre valiente. Afrontó con fría resolución algunos lances caballerescos, “motivados casi siempre por sus empresas amorosas”. Tenía una fuerte inclinación hacia las mesas de juego, donde demostraba “soberano desprecio al dinero”. Piensa Lascano que jugaba “para aturdirse, por el placer de las sensaciones que se experimentan en el tapete y cortejaba a las damas para ahogar una pena cruel de sus mocedades”.
Se había casado en primeras nupcias en Córdoba, con María de la Cruz Juárez, de la que enviudó sin descendencia. Según Lascano, aún no había enviudado en la época de sus andanzas tucumanas, pero actuaba como soltero con toda desenvoltura.
La Vuelta de Obligado
Estuvo un par de años en Bolivia. Expresa el testimonio de Lascano que optó por ese exilio al ocurrir la victoriosa entrada de Manuel Oribe en Tucumán. Pero no parece probable esa causa, dadas la simpatía y las relaciones familiares que lo vinculaban con Juan Manuel de Rosas. Tal vez quiso poner distancia con maridos o con novios celosos. Ya en una ocasión se salvó de ser asesinado, gracias a la oportuna advertencia de una mujer a la que cortejaba.
Volvió por un tiempo a Tucumán, y en 1845 estaba en Buenos Aires. Se encontró en el combate naval de la Vuelta de Obligado, el 20 de noviembre, como médico militar de las fuerzas de la Confederación. Allí su tío, el general Mansilla, cayó herido por la metralla, y O’Donnell lo asistió desde los primeros momentos. Después, participó en la junta médica con los doctores Claudio Siva y Mariano Martínez, enviados por Rosas para cuidar al ilustre enfermo.
Otra vez Tucumán
En su correspondencia hay una crónica viva del encuentro. “Esta es una batalla muy gloriosa para nuestro país. Nos hemos defendido con bizarría y heroicidad”, sintetizaba al final. También estuvo al año siguiente en otra acción naval, la batalla de Punta Quebracho. Describió sus alternativas en una carta que envió ese mismo día (4 de junio) a su “querido primo” Adolfo Alsina.
Lo destinaron luego al Hospital Militar de Villa Nueva. Consta que en 1852 estaba de vuelta en Tucumán, donde fue nombrado Médico Titular de la Provincia. Su firma aparece al pie de varios enérgicos dictámenes profesionales, en documentos que guarda el Archivo Histórico. A comienzos de 1854, integró la comisión médica encargada de investigar la súbita muerte (7 de enero) del presbítero Benjamín Lavaysse, ocurrida durante su viaje de Salta a Jujuy.
Finalmente, O’Donnell decidió afincarse en Jujuy. Se casó allí, por segunda vez, con una tucumana, Josefa Pérez. Tuvo cargos importantes en la administración jujeña: fue secretario de la Convención Constituyente de 1855, dos veces diputado, presidente de la Legislatura, ministro de Gobierno del general Roque Alvarado, entre otras funciones de relieve.
Lascano lo conoció en Santiago del Estero, cuando recaló en esa provincia “cargado de años, desilusionado, pobre, abrumado por las necesidades de la vida moderna”. Ejercía activamente la medicina, pero eso no mejoraba su economía: “no había aprendido a cobrar”, apunta Lascano. “Calmadas sus pasiones a la edad provecta, solo le quedó una, la del juego, que jamás le proporcionó una ventaja que no fuera la de matar lentamente las horas”.
Organizó con los jóvenes de Santiago, una compañía de aficionados al teatro. Llegaron a instalar un pequeño local y ofrecieron varias representaciones. En alguna de ellas, el médico representó el papel protagónico. Cuando se sintió aquejado de la enfermedad definitiva, quiso retornar a Buenos Aires y esperar la muerte en el suelo natal.
Muerte en el olvido
Lascano informa que en la última columna del diario porteño “El Nacional”, se publicaban las partidas de defunción. En 1879, una de ellas enumeraba lacónicamente: “Doctor Sabino O’Donnell. Senectud”. Así, termina Lascano, “moría olvidado el hombre cuyo vida trágica y tempestuosa ocupó la atención de sus coetáneos; el hombre más amado y solicitado por las damas, y el que triunfó en todas las batallas a que lo conducía su espíritu eminentemente byroniano”.
De su matrimonio con doña Josefa Pérez, nacieron varios hijos. Entre ellos, el general Carlos Enrique O’Donnell, de larga y brillante actuación en las luchas contra López Jordán y en las campañas del Río Negro, de Chile y del Chaco. Gozó de grandes afectos en Tucumán. Aquí residió unos años, como comandante de la Quinta Región Militar. El público lo aplaudió a rabiar cuando encabezó, jinete con uniforme de gala y condecoraciones, la gran parada militar del Centenario de la Independencia, en 1916.