Cortaron los hierros y empezaron a llevarse las piedras. El objetivo: venderlas en el mercado de la construcción. Quizás no pensaron que esos gaviones que estaban desarmando habían sido puestos allí para protegerlos de las crecientes. O tal vez sí, pero no les importó. Tras las inundaciones de la semana pasada, el sacerdote Juan Rodolfo Apud, párroco de Aguilares, contó impactado que algunas de las defensas que se habían construido en las márgenes de los ríos de la zona habían sido desarmadas por ladrones ¿El resultado? Una de las inundaciones más graves de los últimos años en el sur de la provincia. Obviamente, el vandalismo apenas si puede contarse entre las causas de una tragedia que obligó a evacuar a más de 600 personas y cuyas consecuencias se padecen hasta hoy (su impacto es ínfimo en comparación con la desforestación, por ejemplo, pero sirve para entender el deterioro social al que empuja la marginalidad y la exclusión). Las inundaciones, en realidad, tienen causas mucho más importantes, al igual que otros problemas que lamentablemente en 12 veranos, el alperovichismo aún no ha podido resolver.
Sin dudas, el Tucumán veraniego posee dos caras muy distintas. Por un lado, está el que se vende como turístico, con Tafí del Valle a la cabeza, festivales como la Pachamama, boliches entre los cerros y torneos deportivos de alto vuelo (el Seven de Rugby, por ejemplo). Por el otro, el de los cortes de luz, el de las rutas peligrosas y el de la paradoja que plantean la falta crónica de agua en algunas zonas y las inundaciones en otras.
Con el objetivo de mitigar el efecto de las crecientes, a lo largo de estos años se hicieron diferentes obras en los ríos del sur de la Provincia. Por ejemplo, en el Gobierno resaltan que el río Chico fue sometido a procedimientos de limpieza y de mejoras en el cauce. Sin embargo, la semana pasada desbordó de manera brutal, a tal punto que fue necesario improvisar un canal a través de la mismísima ruta 38 para permitir que el agua escurriera y miles de personas perdieron todo. Las inundaciones en la provincia se han venido repitiendo prácticamente todos los años durante la última década y ese es un dato que no lleva precisamente tranquilidad a los habitantes de las zonas recurrentemente afectadas. Al contrario, es la confirmación de que lo que se hizo no fue suficiente.
Sin restarle responsabilidad al Gobierno, el factor climático también posee una incidencia clave en este problema. De hecho, en la Facultad de Ciencias Exactas de la UNT catalogan la tormenta de la semana pasada como un fenómeno extremo (cayeron más de 200 milímetros en tres horas y hay que tener en cuenta que la región atraviesa un período de sequía). Justamente por esa razón, los ingenieros sostienen que la planificación de obras para mitigar las crecientes debe hacerse teniendo en cuenta una variabilidad climática que llevará de situaciones de sequías a inundaciones en pocos meses. “Cuando se produce un proceso de sequía, la gente se empieza a preocupar. Pero en cuanto caen las primeras lluvias, el tema parece perder interés. Algo similar ocurre con las inundaciones. Cuando estos fenómenos pasan no siempre se sigue trabajando con las medidas necesarias para evitar que vuelvan a producirse”, reflexionan en los pasillos académicos. ¿Cuáles son esas medidas que el Gobierno debería aplicar en forma permanente? Limitar los desmontes (la Ley de Bosques es un paso positivo), el control de los tipos de cultivos, la generación de bosques ribereños, frenar los asentamientos urbanos en los márgenes, encauzar los ríos y los arroyos… y la lista sigue.
En este, el último verano de una administración con tres mandatos consecutivos, el clientelismo parece omnipresente. Y lo hace de la manera más perversa: disfrazado de ayuda para las víctimas de las inundaciones. Desde que el río desbordó, los punteros no dudaron en embarrarse para hacer campaña con la tragedia ajena.
Alguna vez, José Alperovich dijo que, gracias a las obras que dejará al final de la gestión, su figura va a eclipsar a la de Celestino Gelsi (padre del dique El Cadillal, que todavía sostiene la provisión de agua potable, por ejemplo). A ocho meses del fin de su mandato y en medio del barro que dejaron las inundaciones parece poco probable que eso ocurra. Es que la lista de problemas cuya solución aún está pendiente excede las cuestiones hídricas: también incluye la crisis energética y la inseguridad, por citar algunos. Parece que 12 veranos no fueron suficientes para resolverlos.