Sergio Berensztein - Especial para LA GACETA
La Convención radical celebrada el pasado fin de semana en Gualeguaychú, Entre Ríos, tuvo un atractivo muy singular. Superior, ciertamente, al peso y a la influencia reales que tiene la UCR en la actualidad. El triunfo de Ernesto Sanz lo proyecta como candidato presidencial, aunque el verdadero objetivo consistió en potenciar las perspectivas de Mauricio Macri, con quien competirá en las PASO del 9 de agosto. Hasta ahora, los sondeos le otorgan a Macri una ventaja difícil de revertir. Pero la UCR se acerca a la posibilidad de recuperar algunas gobernaciones y de integrar una coalición de gobierno que garantice alternancia en el poder con el PJ y un piso relevante de gobernabilidad.
Si estos pasos iniciales hacia la reconfiguración de una suerte de bipartidismo de coalición fueran exitosos, la política argentina podría recobrar algo de equilibrio, comenzando un período muy diferente al que vivimos en los últimos años. Más aún, abandonaría también el radicalismo un largo período larval, para convertirse en algo así como la versión criolla del PMDB brasileño.
En efecto, la UCR se había desgastado muchísimo durante la gestión de Raúl Alfonsín, sobre todo con el final dramático de la hiperinflación. Logró reconstruirse parcial y pacientemente durante la larga década menemista, pero no pudo regresar por sí mismo al poder, sino mediante la infausta Alianza, una coalición tan endeble como deletérea para el radicalismo (por el contrario, muchos de sus socios del Frepaso no tuvieron dificultades para reinventarse dentro de la experiencia “K”).
Lo cierto es que pasaron 14 años de la gran crisis de 2001. Y hasta ahora no encontraba la manera de volver a ser un partido con capacidad para generar alternancia frente a las distintas variantes del PJ, tanto a nivel provincial como nacional. La Convención estuvo atravesada por esta crucial debilidad.
Desde la estrepitosa salida de la Convertibilidad, los nuevos líderes y las fuerzas partidarias emergentes demostraron una enorme dificultad para establecerse como actores relevantes en un sistema político cada vez más híper presidencialista, centralizado y hegemónico. En particular, dada la rápida consolidación de la familia Kirchner como actores dominantes dentro y fuera del peronismo, los intentos de reconfigurar el sistema de partidos no tuvieron éxito, lo que contribuyó a consolidar un esquema de poder personalista y sostenido por un gasto público que alcanzó niveles récord.
Difícil pronóstico
Como fracasaron los intentos de modificar la Constitución para lograr la reelección, primero de Néstor, y luego de CFK, la Argentina vive una transición muy singular: la competencia se presenta abierta, incierta, con un final difícil de pronosticar.
En este contexto, la precampaña presidencial se caracteriza por la presencia de partidos viejos sin líderes realmente competitivos en la lucha por el poder y con líderes nuevos sin partidos fuertes detrás. Estos se apoyan en estructuras emergentes, gelatinosas, sin consolidar, que no conforman un esqueleto de alcance nacional a partir del cual construir un cuerpo político con capacidad efectiva de fiscalizar el proceso electoral y gobernar un país diverso y complejo.
Por el contrario, se proyectan mediante meros esbozos o redes fundacionales, con presencia apenas regional o muy localizada, como son los casos de Mauricio Macri en la Ciudad de Buenos Aires, Sergio Massa en la provincia o el socialismo en Santa Fe. Ni el PRO, el Frente Renovador o el Socialismo (incluyendo el FAP) constituyen a esta altura una construcción suficientemente sólida para proyectar un liderazgo a nivel nacional.
Es por eso que la Convención radical ganó en estos días el centro de la escena. Con muy poco, le alcanzó para estar en el centro del debate. La UCR tiene aún una minoría significativa en el Congreso, pero apenas cuenta con una única gobernación, la de Ricardo Colombi en Corrientes, y con un número limitado de intendentes (muchos se integraron al Frente Renovador, al PRO o quedaron atrapados en la degradada experiencia del radicalismo “K”). Nunca antes, en esta transición a la democracia, el radicalismo había tenido tan poca representación en los cargos ejecutivos. En distritos donde históricamente tuvo un liderazgo hegemónico, como Chaco, Río Negro o Chubut, hoy se encuentra muy lejos del poder. Hay provincias donde líderes de origen radical resultaron los mejores aprendices de las peores mañas de la dinastía “K”, como es el caso de Maurice Closs en Misiones y sobre todo los Zamora en Santiago del Estero. En los distritos de los que surgieron sus últimos dos presidentes (la provincia de Buenos Aires y CABA), la UCR tiene una presencia casi imperceptible, testimonial.
Los atractivos
¿Por qué, a pesar de todo, sigue siendo una fuerza tan atractiva, al punto que se desató una suerte de batalla estratégica entre Macri y Massa para lograr el apoyo del partido? En primer lugar, porque conserva una red nacional que, aunque debilitada, constituye una infraestructura fundamental de la que carecen las nuevas fuerzas y los dirigentes emergentes. Esto pone de manifiesto tanto su escaso empeño o efectividad en construir opciones políticas que superen el mero personalismo, como de las virtudes propias del radicalismo, fundamentalmente su resiliencia: la capacidad para seguir sobreviviendo a pesar de los fracasos recientes y de la hasta hace poco remota chance de volver a gobernar el país.
Las fortalezas del radicalismo se concentran en algunas provincias gracias a su rol de oposición y de sus perspectivas de luchar con chances por llegar al poder, para lo cual debe evitar que se fragmente el voto crítico a las fuerzas gobernantes. Esto ocurre en Catamarca, Córdoba, Entre Ríos, Jujuy, Mendoza, Neuquén, Santa Cruz, Tierra del Fuego y Tucumán. Al margen de los cuyanos Ernesto Sanz y Julio Cobos, los principales protagonistas de esta Convención, y del peso casi mítico aunque sumamente erosionado que conserva el apellido Alfonsín, aparecen otros dirigentes que lograron consolidar liderazgos importantes, como José Manuel Cano en Tucumán, Gerardo Morales en Jujuy, Eduardo Costa en Santa Cruz y Federico Sciuriano en Tierra del Fuego.
En busca de la fiscalización
Esto implica que la UCR puede garantizar cierta capacidad de fiscalización del proceso electoral, un recurso imprescindible (pero no suficiente) para poder competir con chances frente al peronismo. El problema es que en algunos distritos fundamentales, como el Gran Buenos Aires, Salta y CABA, la tenue presencia radical constituye un hándicap difícil de compensar. A pesar de esas debilidades, como todas las fuerzas y candidatos emergentes no están para nada mejor, a la UCR le alcanza para volver a ser protagonista. Este es un problema no menor para Macri, pues sobre todo en el GBA enfrenta a un Frente Renovador que tiene allí una de sus principales fortalezas. Por eso, en el PRO están buscando acordar con otras organizaciones que puedan compensar estas falencias, sobre todos los sindicatos. Pero la alarma persiste: lo mismo le ocurrió a Macri en la segunda vuelta en 2003,frente a Aníbal Ibarra en la Ciudad de Buenos Aires, y los resultados no fueron los esperados. Sin embargo, Macri podría apoyarse en los fiscales radicales en las elecciones de octubre. Pero antes deberá conformar una red propia para las primarias de agosto. La contabilidad creativa de los votos es un recurso propio de la política argentina, al margen de las fronteras y de las identidades partidarias.
Los desafíos
Massa surge debilitado por el resultado de la Convención, y enfrenta también desafíos en el plano de la fiscalización, a pesar de que cuenta con el apoyo de una extensa red de intendentes. Su principal dificultad surge de sus cuestionables armados en distritos clave como CABA, Santa Fe y Córdoba (en conjunto, casi el 28% del electorado). A esta altura de la campaña, el único gobernador que oficialmente respalda su candidatura es Alberto Weretilnek de Río Negro. Otras figuras del peronismo no “K”, como José Manuel de la Sota (que no abandona sus pretensiones de encabezar una fórmula) o Adolfo Rodríguez Saá consolidarían sus posibilidades, pero han sido hasta ahora renuentes a hacerlo.
Macri y Massa se miran en el espejo de otros líderes que trataron de enfrentar a la hegemonía “K” y fracasaron en el intento. En muchas oportunidades, fueron apoyados por el radicalismo o por sectores de la UCR. Entre los casos emblemáticos figuran Elisa Carrió y Ricardo López Murphy. Los dos experimentaron un derrotero bastante similar: luego de su mejor elección tuvieron resultados muy malos. Es decir, no lograron incrementar gradualmente el caudal electoral al estilo “Lula” Da Silva en Brasil o François Mitterand en Francia. Ambos lograron muy buenos resultados en 2003. Carrió logró mejorar en 2007, pero López Murphy tuvo una elección pésima y quedó marginado de la política.
En 2011, “Lilita” también experimentó una derrota durísima. De alguna manera, Roberto Lavagna, hoy en el Frente Renovador, expresó también, en 2007, esa especie de ilusión del radicalismo de encontrar un atajo mediante un candidato que lo pudiera sacar de la postración y aumentar su volumen electoral. Y Hermes Binner, en 2011, atrajo muchos votantes que en el pasado se habían identificado con candidatos radicales.
Con una mirada optimista de la actual situación del radicalismo, un viejo dirigente peronista aseguró esta semana que “a partir de Alfonsín, nos hicimos todos democráticos, aprendimos lo que eran los derechos humanos y que se pueden implementar políticas económicas heterodoxas. Por ahí ellos no tuvieron suerte o capacidad al gobernar, pero su contribución no debe ser despreciada”. El radicalismo puede estar debilitado, pero es cierto que la “radicalidad” se expandió por todo el arco político. Más allá de las tácticas y estrategias de este turno electoral, para volver a ser un partido realmente importante la UCR se debe a sí misma, (y a la sociedad argentina) la generación de ideas y propuestas igualmente innovadoras y modernizantes, pero adaptadas a los desafíos del presente. (Especial)