Ni bien Domingo Faustino Sarmiento asumió (agosto de 1879) la cartera del Interior del presidente Nicolás Avellaneda, entrevió la posibilidad de volver a ser presidente. Así, se enfrentó con Julio Argentino Roca, que era ministro de Guerra y candidato prácticamente indiscutido a la primera magistratura.
La puja hizo crisis a comienzos de octubre, con la intervención a Jujuy, ley en cuyo texto final Sarmiento se sintió desautorizado. Entonces, tiró la renuncia e ingresó al Congreso mientras sesionaba el Senado. Allí pronunció aquel indignado discurso donde declaraba tener “los puños llenos de verdades”.
En carta al tucumano Vicente Gallo (17 de octubre), Roca narraba el asunto. Decía que Sarmiento “ha venido tan ciego al ministerio, que desde el día en que se recibió de él ya se creyó presidente, aunque todavía le faltase un año al doctor Avellaneda; y la emprendió contra todo el mundo donde sospechase una resistencia, con esa pasión, con esa vehemencia que lo caracteriza”. Su aparición en el Senado tuvo “tal furia, tal descomposición en su lenguaje y en sus ademanes, que a muchas gentes que lo estiman de veras, les ha parecido un verdadero demente”.
Había tenido “un tremendo desengaño”, comentaba Roca. “Se creía el único hombre capaz de salvar al país (que se viene salvando solo a pesar de sus grandes hombres), el hombre más querido de la República”. Sólo había encontrado “tremendas resistencias en unas partes, frialdad en otras y, en las demás, reprobación a su conducta, tan impolítica, injusta y agresiva con sus amigos”. Deploraba que “a su inmenso talento lleve aparejados una vanidad sin límites, un candor de niño y unas tremendas pasiones sanjuaninas”.