“Me dan ganas de ser campeón todos los días”, reconoció Miguel Amargós. Sus palabras podrían contextualizarse en Toronto, después de experimentar lo que se siente en el primer escalón del podio panamericano, pero no. Esas declaraciones las hizo en plaza Independencia, transpirado, con la ropa oficial que lució la delegación argentina en Canadá y, obvio, en su cuello colgaba la medalla de oro que indica que es el mejor karateca de menos de 84 kilos del continente. Curiosamente, a diferencia de su dueño, la presea seguía inmaculada tal cual salió desde Ayacucho al 1.200, casa del chico dorado de Villa Alem. ¿Habrá sido por una coraza sobrenatural invisible? ¿Habrá sido un cuidado especial y delicado de Amargós?
Cualquiera sea la respuesta, la elegancia y la belleza del diseño se robaba las miradas de todos. Los que partieron desde la casa de los Amargós y también de los que se tomaron algunos minutos porque lo reconocieron o lo conocieron en plaza Independencia. Entre tanto cariño, no es descabellado que quiera ser campeón todos los días.
“Fue más de lo que esperaba”, calificó el medallista. Sucede que Amargós no paró de emocionarse desde que llegó. Cumplió la primera exigencia de su hijo Aquiles y le regaló el osito que le entregaron en la premiación. Recibió todo el cariño de sus padres y hermanas. Los vecinos siguieron “invadiendo” la vereda y se treparon a los dos ómnibus que formaron parte de la caravana, a la que se sumaron autos y camionetas. De entrada nomás la directora de la banda hizo una aclaración con vehemencia. “Esto no es política, es karate”, decía Pamela Janín, amiga de la infancia de Amargós. Esa necesidad debe haber sido porque el ómnibus sin techo y con todo el equipamiento necesario para discursos, no sólo deportivos como los de Miguel, tenía el rostro de candidatos. Sin querer, o queriendo, las banderas taparon las caras, pero los Amargós no dejaron de agradecer la joyita vehicular del mágico festejo.
Las primeras horas de Amargós en Tucumán incluyeron un suculento almuerzo: 15 kilos de asado y tres de patamuslo de pollo. “Vuelta y vuelta le gusta al campeón”, tiró el dato Ramón Arturo Amargós. El tío de Miguel se hizo cargo de la cocción según los gustos del karateca. “Fueron tres horas”, dio el tiempo Ramón Toledo, que también ayudó y dice estar acostumbrado a asar para tanta gente.
Con la panza llena y el corazón contento, unas 50 personas fueron a la plaza para que el corazón se ponga más contento. Claro que el de Amargós era el más feliz. Saltó, sonrió y cantó con sus amigos. “Esto no es para siempre, así que hay que aprovecharlo”, reconoció. “Me siento importante”, agregó. Ese bienestar lo disfrutó hasta el último minuto que tuvo en el principal paseo tucumano, a tal punto que cuando daba la vuelta final, luego de haber pronunciado un discurso, detuvo toda la caravana porque quedaba gente que quería su saludo. “Ni la máquina traje”, lamentó Estela Pastrana. La señora paseaba con su hijo Fabricio y el papá de él, Roque, y advirtieron que era el campeón. “Somos salteños, pero vivimos acá porque Maximiliano estudia odontología”, explicó Roque sobre su otro hijo. “Lo seguimos en todas las peleas”, reveló Estela que con Fabricio, que tiene Síndrome de Down, sufrieron aquel sábado 25 de julio. Se fue sin foto, pero más que satisfecha. “Me voy tan feliz como si fuera que gané una medalla”, afirmó.