River campeón de la Copa Libertadores. Mire, mire, qué locura, 19 años y un descenso después. Tras entrar por la claraboya a octavos de final, tras eliminar a Boca, tras superar mil y una adversidades. Un cabezazo de Lucas Alario, un penal de Carlos Sánchez, un cabezazo de Ramiro Funes Mori. Para reducir a Tigres a un dulce gatito. Y levantar ese trofeo esquivo por tercera vez en su historia, y alcanzar el fuego de Prometeo continental.
La presión alta e intensa de un River súper acelerado, la tarjeta anaranjada para Alario, la imagen recompuesta de Tigres, los dolores de cabeza que provocó Damm, la lluvia de tarjetas amarillas para la visita, los relámpagos que se recortan en el horizonte. Pasó de todo en un primer parcial a puro nervio, con ritmo pero sin precisión, a pedido del deseo del “tuca” Ferretti: mantener a River lejos del arco de Nahuel Guzmán.
Pero sobre el epílogo llegó el diluvio y todo cambió. Se iluminó Leonel Vangioni y Alario apareció como un rayo para anticiparse de cabeza en el primer palo.
Entonces explotó el mundo River, en la cancha, en las tribunas, en el cielo, donde “Angelito” Labruna y el “Búfalo” Funes se encontraron en un abrazo sin palabras.
La lluvia y el viento enmarcaron la épica del segundo tiempo. Con un Matías Kranevitter gigante y el carácter de los gladiadores de “Corazón Valiente” Gallardo. Y hubo una puñalada de Damm al corazón del área que Aquino cabeceó a la tribuna Centenario. Cuando River más sufría, llegó el penal de Pizarro a Sánchez. Y si Sánchez ya se lo había metido a Boca, cómo no lo haría ante Tigres. Luego llegó el cabezazo de Funes Mori. Cómo no la iba a meter el héroe en La Bombonera. Sin Mercado, sin Mora, sin Viudez, sin el “Muñeco” en el banco: no importó. La “banda” siguió tocando hasta el final, hasta las 23.50 de este 5 de agosto de 2015 inolvidable.
Y el agua depositada sobre la pista olímpica se confundió con el llanto de miles acá, con el de millones de más allá. River, tricampeón de América. Ahora lo espera Japón para jugar el Mundial de Clubes.