Hace casi 200 años, para llegar a Tucumán a declarar la Independencia los hombres públicos de entonces desandaban miles de kilómetros en lerdas carretas. Durante el trayecto, el tiempo les permitía pensar, proyectar, reflexionar y tomar decisiones. Hoy, tecnología mediante, da la sensación de que el tiempo transcurre más rápido. Quien más aprendió de esta relatividad es Daniel Scioli. Trabajó años para conseguir el domingo pasado un caudal de votos trascendental, pero en 24 horas se le aguó la fiesta.
Pensó mal, proyectó peor, reflexionó apuradamente y se equivocó. Se tomó el avión en vez de subirse al bote y terminó ahogado. Mauricio Macri, al revés, cuando intentaba encontrar las explicaciones de por qué no le encuentra el agujero al mate, vio que su principal rival tenía la guardia baja. Empezó a pegar cuando el público esperaba que se vaya a un rincón, a juzgar por su discurso exigiendo otras conductas políticas.
Las PASO fueron clarísimas. Los argentinos aún no saben quién quiere que los gobierne. Es más; como aún no decidieron, se inclinan a que un balotaje los ayude a definirse. Para eso subieron al ring a Sergio Massa, el tercero en discordia. De esa manera volvió a quedar claro que el electorado argentino es peronista. Al menos un 60%; así lo confirmó el voto al gobernador y al diputado de Tigre. El pueblo les dio la orden a todos los candidatos de que vayan al gimnasio porque todavía están un poco “fofos” para ganar. Mientras tanto, compraron varios ringsides y populares para presenciar la gran velada tucumana.
Velada de gala
Según los apostadores, la pelea de fondo va a ser entre Juan Manzur y José Cano. Ambos tienen entrenadores, managers y asesores muy diferentes. En la previa de esta velada, el peronista y oficialista le ha sacado alguna ventaja al retador radical. En el primer enfrentamiento ha triunfado la estrategia oficial. El retador no subió al ring. A él y a su equipo no lo vieron ni en el estadio.
Las PASO fueron una encuesta a cielo abierto. Todos daban su opinión y no se la podía ignorar. Esa fue la primera falla del equipo del retador. Las encuestas –así lo reconocen propios y extraños- no pueden ser ignoradas y menos cuando faltaban 15 días para la batalla final. Y José Cano no sólo aceptó no subirse al ring –no fue candidato a senador, como había pergeñado en diciembre cuando empezó a entrenar-, sino que, además, ahora a los resultados de la “encuesta” se hace cuesta arriba revertirlos.
El domingo brillaron por su ausencia y el lunes se los veía a Cano y a su sparring Domingo Amaya saltando como si nada hubiera pasado, hasta vociferaban y sonreían, pero eran la fiel imagen de esos boxeadores que acaban de recibir una feroz trompada y tratan de disimular para que los jurados no se den cuenta de que el golpe hizo efecto.
Equipo compacto
En el rincón de Manzur, cuando vieron los resultados, se envalentonaron. Sintieron que podían pelear por la Capital y que el equipo venía haciendo bien las cosas. Tanto que en los momentos de los festejos el centro de la escena fue Manzur y no José Alperovich, como explicitando que los comicios del 9 eran la antesala del 23, cuando se dirimía realmente el poder. El boxeador oficialista que durante la campaña había estado ausente y errático, se paró en el centro del Salón Blanco y con voz grave sonrió –una vez más- ante las luces. Eso transmitió confianza a los demás contendientes de la jornada electoral. El equipo se mostró compacto en el festejo.
En la organización del retador todo fue desorganización. El equipo de Cano tiene demasiados voces y algunas cada vez más desconcertantes. El PRO (después de los discursos de su líder, Mauricio Macri, que trató de disimular su perfil liberal haciendo una reivindicación de un Estado fuerte) confundió sin dudas a los boxeadores tucumanos. Terminaron actuando con perfiles propios de La Cámpora, que actúa a control remoto que maneja la Presidenta.
En Tucumán, los candidatos del PRO no fueron los que pusieron la cara ni los que entrenaron los últimos cuatro años para competir. Por el contrario, Facundo Garretón (candidato a diputado) y Pablo Walter (postulante a senador) fueron los elegidos por Macri y, así, muchos se quedaron en las tribunas viendo la pelea, pero no acompañando a los candidatos. Algo parecido ocurrió con los amayistas y Silvia Elías de Pérez. Era muy difícil imaginar que los capitalinos transpiraran la camiseta en favor de quien los había denunciado oportunamente.
El lunes, cuando la sonrisa y los ataques a los rivales alperovichistas intentaban disimular los golpes recibidos, quedó claro que la estrategia de no participar en las PASO no había sido un acierto. Hasta el punto de que, en privado, hubo diálogos que se cortaron entre pares del mismo partido y críticas que no se dijeron en voz alta. Se vieron érraticos afiches en las paredes del centro, en los cuales, con fondo negro y letras blancas, se leía: “Alperovich, ¿a quién le ganaste?” Específicamente, a nadie, porque eran primarias, pero como se han convertido en encuestas que muestran la voz y la opinión del pueblo, la respuesta era que le había ganado a Silvia Elías de Pérez, la reina del equipo retador.
A llenar el estadio
Ha comenzado la cuenta regresiva. El oficialismo apuesta a seguir como si nada hubiera pasado y cumplen a rajatablas las órdenes del equipo.
La oposición y su diáspora se deben un acuerdo general para que nadie saque los pies del plato y apuesta al golpe de Cano. Saben que las tribunas de la Capital y de Yerba Buena serán las más pobladas y deben asegurarse que ninguna silla quede vacía. Saben que en la tribuna del Este casi no tendrán sillas, por lo que la del Oeste y la de Capital tendrán un trabajo especial.
Está claro que cuando un avión cae hay una cadena de errores que ayudaron a que se precipitara. Así que Cano deberá mostrar su capacidad de liderazgo en las próximas horas para suturar las heridas.
Malos presagios
Mientras los candidatos se entrenan y prometen una pelea diferente para el domingo próximo, cada uno de los equipos se prepara para llenar el estadio.
Hay barrios donde el mismo vecino tendrá un auto y un bolsón a su disposición, y un “acarreador” de cada lado tirará de sus brazos para conquistarlo. Es de esperar que tanta tensión y expectativa de violencia no terminen rompiendo la paz de la fiesta electoral. Todo hace presagiar que la violencia no estará ausente en las gradas. No se trata de una pelea más sino de cuatro años de poder.