Lo que finalmente ocurrirá en Alberdi parece preanunciado en el camino al sur. Los indicios están por todo el trayecto. Los cursos de agua se ven extraordinariamente caudalosos, sobre todo si se tiene en cuenta que el invierno es la estación seca de este subtrópico. El río Chico es ahora un río ancho.
El paisaje ha cambiado de color: del verde característico a un violeta claro. En los tramos donde la calzada está mucho más alta con respecto al nivel del suelo, se tiene la sensación (visualmente agradable, racionalmente boba) de que Tucumán es un sembradío de lavandas. Esta lontananza lila se debe a que los cañaverales han florecido. “Cuando la caña se estresa porque el campo se inunda, la naturaleza manda que la planta haga brotar la flor: ahí están las semillas”, explica un sojero con poético folclore. Tal vez no sea necesariamente así, pero es toda una metáfora en el día de las elecciones.
Las rarezas se profundizan en la ciudad sureña. La nueva traza de la ruta 38 desemboca en la mismísima entrada principal... que está cerrada. Ahí van a construir una rotonda, de modo que hay que usar calles laterales. Ya en el pueblo, la situación bordea la psicosis: como si se tratara de un universo de cosas humanizadas, los autos, en Alberdi, tienen nombre. Se llaman Sandra (igual que la concejala Figueroa, esposa del intendente Luis Campos), Raúl (como el legislador Hadla), Janeiro (como el postulante a concejal Parache) o Juanjo (como el candidato a edil Juan José Flores), entre otras postales.
Minutos antes de las 8, un vecino aviva las brasas para cocinar pollos a la parrilla en la vereda que da Lucas Córdoba y Lídoro Quintero. Hay fuego en la esquina donde se encuentran dos gobernadores.
Todo terminará de desajustarse en uno de los principales centros de votación. En la Escuela Normal nada de lo que ocurre es normal. Afuera, a los gritos, una multitud reclamaba entrar para poder preparar las mesas en las que debía desarrollarse la elección. Las que más gritan son las mujeres.
- ¡Abran la puerta!
- ¡Mirá la hora que es!
- ¡No tienen autoridad para hacer esto!
- ¡Abran la puerta los hombres!
- ¡Hay una urna armada! ¡No puede ser!
Este último reclamo sintetiza las denuncias de opositores y hasta de peronistas: se estaban habilitando urnas sólo con presidentes de mesa, sin fiscales. Comenzaron los gritos. Esta vez eran los hombres.
- Vos, veedor: ¡abrí la puerta!
- No van a armar ninguna urna.
- ¡Era a las 7.30 (cuando debían abrir), tramposo!
- Que nos están tomando el pelo acá.
- ¡Estamos cansados de los sinvergüenzas!
- ¿Cuanto te han dao, eh?
Sobrevinieron, entonces, los intentos de forzar el ingreso del establecimiento. Desde afuera, unos tiraban y otros arrojaban insultos hacia el interior. La presión surtió efecto y la puerta se abrió.
Manuel Agudo, vicepresidente de del radicalismo alberdiano; la concejala radical Carmen Teresa Ruiu; y los fiscales generales Ángel del Guercio (Acuerdo por el Bicentenario), Rubén Tapia (Acción Regional) y Blanca “Chiqui” Darnay (PRO) condenaron las anomalías en la apertura de los comicios.
La versión de que una urna ya tenía votos adentro antes de que iniciara la votación caldeó los ánimos, pero no pudo ser confirmada. Hubo quienes sostuvieron que había 70 sobres con votos, que luego fueron destruidos; otros, en cambio, sostuvieron que sólo se trataba de las boletas testigo con que se habilita cada cuarto oscuro.
Acerca de otros desaguisados, en cambio, hubo certezas. “Muchas mesas llegaron sin las boletas testigo de todas las agrupaciones. Inclusive, varias urnas llegaron sin las fajas y hubo que encintarlas. Son demasiadas irregularidades -describió Darnay-. En las urnas armadas sin control de fiscales se dispararon varios votos cadena”.
A las 9.30 todavía estaban habilitando mesas en la Escuela Normal. A las 12, las largas colas de votantes evidenciaban, en las demoras, las opacas consecuencias derivadas de un inicio de votación con déficit de transparencia.
Afuera, los autos con nombres replicaban el caos: avanzaban lento, renegando a bocinazos. Una puntera dirigía el tránsito y, como había ocurrido antes en la puerta, decidía quién pasaba. Y quién no.
La presidenta de mesa queda sola, con la urna, cuando los fiscales revisan el cuarto oscuro.
Esperar, esperar y esperar. Es la única opción que tuvieron muchos electores en Alpachiri.
Una mujer en silla de ruedas, frente a la puerta de la escuela Pablo Haimes, en Concepción.