Juan Manzur ganó. Sin estridencias ni alegrías. El alperovichismo no tuvo el final soñado. Al hombre que Alperovich inventó como sucesor le faltó oflar un poco más para que el triunfo leve como le habían prometido a Daniel Scioli. No lo logró y sacó menos de lo esperado. El sábado, Hugo Haime les había asegurado una ventaja que esta madrugada no se reflejaba.
El candidato a Presidente por el Frente para la Victoria volvió sin la euforia deseada después de haber hecho un despliegue descomunal cuando trajo a la provincia 13 gobernadores para apoyar a Manzur.
Gran parte del pueblo tucumano apostó por la continuidad. Apoyó a Manzur en la provincia y a Germán Alfaro, en la Capital. Selló así la continuidad del alperovichismo y del amayismo, respectivamente. Al oficialismo le advirtió que no quiere más hegemonías y limitó su poder; y a la oposición le advirtió que no lograron amalgamar la unión prometida. No se equivocó, ya que durante la jornada más de un miembro del Acuerdo para el Bicentenario “avisaba” que se perdía, a pesar de la confianza de su líder José Cano.
La estrategia alperovichista fue tener muchos candidatos a intendentes que aportaran votos a la fórmula. Dio resultado. Manzur y Jaldo festejaron, pero muchos de los candidatos no pudieron hacerlo y descargaron su bronca. Anoche, Concepción rugía con los motores del radical Roberto Sánchez y Yerba Buena quedaba en manos del joven Mariano Campero (UCR). Dos viejos bastiones que había recuperado el peronismo dejaron de serlo. En cambio, la Capital y la provincia tucumana siguen bajo el control peronista, aunque uno sea oposición y el otro oficialista.
El gran derrotado fue Tucumán. Fue sinónimo de bromas, de fraude, de picardía, de trampa, de desorden, de fallas y de violencia. La jornada finalizó con heridos, con urnas quemadas y con balaceras, hechos que caracterizan una dictadura, no una democracia.