La primera pregunta a tratar de resolver es si el alperovichismo podrá aguantar la presión. Porque ya no se trata sólo del pataleo de un puñado de opositores locales, sino de un reclamo de buena parte de la sociedad tucumana y del país para que las reglas del juego, tramposas, ventajistas y arcaicas, de una vez por todas cambien. El oficialismo carga con 12 años sobre sus espaldas y con todo el desgaste de una gestión que se despedirá -entre otros malos recuerdos- con muertes impunes, con zonas liberadas para el avance de la droga, con una infraestructura colapsada producto de las inundaciones, con el recuerdo del Estado ausente durante los saqueos y con la mancha de la represión de hace una semana. Su debilidad, a dos meses de entregar el poder, es extrema. Y la presión, por ahora, va en aumento.
El principal preocupado por este clima hostil no es precisamente José Alperovich, sino Juan Manzur. Es probable que el escrutinio definitivo finalice con unas cuantas urnas más anuladas y que la tendencia del recuento provisorio se mantenga. Así, la legalidad lo convertirá en el gobernador por los próximos cuatro años y podrá sostener -con mayor respaldo que esa sonrisa soberbia que lo acompaña- que las denuncias de fraude fueron infundadas. Pero aquí, en definitiva, lo menos trascendente serán su victoria o su derrota. Eso es, simplemente, coyuntura. Lo que en realidad debe rediscutirse es la legitimidad de un sistema electoral vetusto y corrupto que fomenta la conformación de redes de poder ilegales, financiadas con dinero espurio que cabalgan sobre las necesidades de personas a las que no se les presentan mayores alternativas. Por eso el acople es tan exitoso en Tucumán, porque permite a quienes administran la caja del Estado sostener un ejército de rehenes políticos. Es cierto, hay militantes que apoyan un proyecto político, pero basta una breve charla con los representantes de los cientos de partiditos formados para darse cuenta que, por detrás, lo que prima es la necesidad de subsistir económica y políticamente al calorcito del poder.
El regimen de acoples, tal como hoy funciona, lejos de democratizar la participación ciudadana en política la censuró mucho más. Exacerbó el clientelismo a grados pornográficos, porque resulta imposible para un vecino identificar y cotejar las propuestas de entre 100 listas de candidatos a concejales, por ejemplo. Lo único que puede llegar a diferenciar a uno de otro es la cantidad y la calidad de lo que ofrecen. Así, unos podrán llamar la atención repartiendo tarjetas telefónicas a cambio del voto; otros, entregando bolsones con más y mejor mercadería; y algunos, ofreciendo plata en Facebook y cargando fajos con billetes -del que nunca podrían justificar su origen- en los baúles de los autos para pagar “la contraprestación” en las esquinas de las escuelas. Pero, al final de cuentas, todos fomentan la misma orgía electoral. Ahora se entiende por qué la Justicia corrigió y dispuso que no voten el último domingo los menores de 16 y 17 años. En realidad, deberían haber puesto un cartel en cada escuela que dijera expresamente “Prohibida la entrada a menores de 18 años”.
“Mientras esté el sistema de acoples nosotros no nos vamos más de aquí”, es la frase que algunos oficialistas le atribuyen al gobernador. Cuentan que la escucharon esta última semana, a modo de respuesta al rezongo del legislador Alejandro Martínez por haber sido derrotado en Tafí Viejo. Por un lado, si es que la frase es verídica, se confirma el grado de autismo de un alperovichismo en fuga. En la lógica del poder, ese razonamiento es hasta entendible: Alperovich cimentó su liderazgo a billetazos; aunque se lo raspe, no se va a encontrar más que pragmatismo en él. Por el otro, los presagios no son alentadores y no hay que esperar entonces cambios mágicos en los próximos meses. Según las previsiones, Manzur dispondría de una Legislatura con mayoría absoluta, al igual que su jefe político: el escrutinio provisorio le otorga 33 de los 49 legisladores. Así, si desde el oficialismo no se motoriza alguna modificación al esperpento electoral que nos rige, difícilmente haya novedades. Si el vicegobernador está a un paso de llegar a la Casa de Gobierno gracias al abuso de los acoples, por qué se debería esperar que de él surgiera alguna contraindicación. Pensarlo sería parte de una ilusión más que de un acto de sensatez.
El bochorno electoral de hace una semana sirvió, hasta aquí, solamente para desnudar las miserias políticas. Silencios sugestivos cuando deberían oirse gritos y pataleos caprichosos cuando debería primar la mesura. Tucumán pudo mostrar una foto de los principales opositores nacionales juntos reclamando reglas de juego transparentes y equitativas. Eso sí, un poco tarde dejaron de lado sus egos Mauricio Macri y Sergio Massa. A ellos, en realidad, no les importa la derrota o la victoria de José Cano. Lo que les aflige es que pueden sufrir en carne propia la violencia del sistema el 25 de octubre. Igual, esa imagen bastó para incomodar al kirchnerismo, que rápidamente salió a acusarlos de poner en riesgo el sistema democrático. Nada más alejado de la realidad. Un régimen electoral que deja algún resquicio para las dudas y para los interrogantes sí pone en riesgo la democracia. Puede o no haber habido fraude en los comicios tucumanos, pero nadie puede dudar de que no hubo un juego limpio y que no lo habrá mientras la política, al igual que la Casa de Gobierno, sigan valladas para la sociedad.