A Los Pumas acaso pueda interesarles saber que Wembley, sede hoy de su debut en el Mundial de Inglaterra, fue centro de rebeldía en la historia del rugby británico. Aunque documentos modernos indiquen lo contrario, al rugby le encanta contar aún hoy como cierto el mito de su nacimiento en el condado de Warwickshire, 150 kilómetros al noroeste de Londres. Es el mito de Rugby, la escuela de elite inglesa en la cual el alumno William Webb Ellis decidió en pleno partido de fútbol correr con la pelota en la mano. “De lo poco que se conoce sobre William Webb Ellis -escribió en 2009 Tony Collins, el sociólogo inglés que acaba de publicar una formidable historia mundial del rugby- podemos estar seguros de una cosa: él no invento el juego del rugby”.
No importa. Hacia Rugby fueron en estos días muchos de los argentinos que están en el Mundial. Como peregrinos a la Meca, viajan para alimentar el mito de Webb Ellis. Lo que sí es cierto es que aquellos partidos de fútbol-rugby eran duros, con reglamentos todavía confusos, pero más civilizados que las riñas callejeras que jugaban un pueblo contra otro. En las escuelas privadas de las clases medias y altas (llamadas paradójicamente public schools), el rugby era usado como herramienta formativa de un Imperio que precisaba de líderes fuertes. Dentro y también fuera del campo de batalla.
Si Twickenham, donde el anfitrión Inglaterra abrió el viernes el Mundial ante Fiji, fue siempre la catedral, Wembley, escenario futbolero, se permitió entonces alguna transgresión. Por ejemplo, durante la Primera Guerra Mundial, a los que estaban en el frente de batalla, el Rugby Union (fundada en 1871, amateur y elitista) prohibía a sus jugadores soldados competir en momentos de distensión contra los del Rugby League (creada en 1895, profesional y más popular). En la Segunda Guerra, en cambio, en la que cientos y cientos de rugbiers fueron otra vez al frente, el rugby autorizó excepciones. Y fue Wembley el escenario elegido.
Los jugadores de una y otra liga que no habían ido al frente jugaron allí juntos. Profesionales y amateurs. Un total de 45 de los 60 rugbiers que tenía el equipo de London Scottish habían muerto en el frente. También murieron en la Segunda Guerra jugadores de Irish London, de Welsh London y de Harlequins, equipo histórico de la capital inglesa. No quedaban muchos jugadores en Londres. Y la gente, acaso para aliviar tanto dolor, quería seguir viendo su deporte, sin importar si los jugadores eran profesionales o amateurs.
En los años ’60, clubes dentro de la Rugby Union protestaron por el dominio todopoderoso de Londres. Estaban enojados con la Federación (RFU) porque sus rugbiers no eran llamados a la selección nacional, que privilegiaba a jugadores de clubes de la capital. La RFU acusaba a su vez a algunos de esos clubes de practicar un profesionalismo marrón, pagando dineros u ofreciéndole ventajas económicas a sus jugadores. Y los acusaba también de fomentar un juego excesivamente violento. Parecido a lo que viviría el rugby argentino algunos años después, la disputa entre el poder centralista de Buenos Aires y los reclamos del llamado Interior. Algunas décadas atrás, imposible olvidarlo, en el rugby argentino fue Tucumán la provincia que lideró en algún momento las protestas contra tanto centralismo porteño. En la rebelión inglesa, ese rol lo ocupó Coventry. La pelea se zanjó cuando la RFU cedió en sus posturas inflexibles. Temía que los clubes del interior formaran una Unión paralela.
La polémica en Inglaterra reapareció en los ’90, aunque con otro formato y, en esta ocasión, otra vez con Wembley como protagonista. El millonario Kerry Packer había obligado al cricket (un deporte bien “british” y que suele ganarle al rugby en espacios de prensa) a reformar sus estructuras. Ofreció millones de la TV asociado con el poderoso Rupert Murdoch. El cricket relajó entonces reglamentos para armar competencias internacionales más rentables y profesionalizadas. Feliz, Packer quiso trasladar esa experiencia al rugby. El magnate aseguró que tenía un centenar de jugadores bajo contrato. Jugadores de la Rugby Union exigían a los dirigentes que les permitieran ganar dinero por derecha. “Dejen de llenarse sus bolsillos a costas de nosotros”, clamó públicamente Will Carling, capitán de la Australia que acababa de coronarse campeona en el Mundial de 1991 jugado justamente en Inglaterra. Packer creyó que era el momento. Y afirmó que su nueva liga con jugadores de la RFU, pero profesional, ya tenía escenario para sus partidos: el estadio de Wembley.
La RFU cedió y la sangre finalmente no llegó al río. El rugby inglés, que siempre se sintió fundador y por eso dueño del deporte, aceptó primero a regañadientes la disputa de la primera Copa Mundial de 1987 en Nueva Zelanda, donde los All Blacks, patrocinados por diferentes empresas, se reían del amateurismo inglés. Argentina, siempre cerca de la tradición inglesa, llegó a ese primer Mundial con su visión amateur. Hasta hubo jugadores que se opusieron a seguir indicaciones de lo que ellos llamaban una “preparación científica”. Muchos creyeron que la mítica garra bastaría. Se subestimó a Fiji. Y el nuevo rugby físico de los oceánicos derrotó a Los Pumas en el debut. “Hay jugadores que no sonríen”, llegó a decir un comentarista en la TV, sugiriendo que sonreír era sinónimo de amateurismo y que los jugadores no sonreían porque eran “obligados a entrenarse como profesionales”. Los Pumas cayeron en primera rueda por diferencia de puntos. Peor fue en el Mundial 91. Tres derrotas en fila. Y en 1995 fue igual. Discusiones internas (nuevas disputas Capital-Interior y amateurismo-profesionalismo) siguieron para el Mundial siguiente de 1999. Pero Los Pumas revirtieron ante Samoa la racha de siete derrotas seguidas y se clasificaron a cuartos de final tras una consagratoria victoria ante Irlanda. Sin embargo, las disputas internas siguieron y Argentina volvió a ser eliminada en primera ronda en el Mundial 2003. Para el Mundial siguiente, los jugadores decidieron entonces tomar el toro por las astas y amagaron con no jugar el torneo. La preparación, entonces, fue mucho más profesional. Y el histórico tercer puesto de 2007 enseñó el camino.
El Mundial 2011 contó con Pumas que, por primera vez, tenían también hasta entrenador rentado. Y nuevos jugadores formados profesionalmente en el Plan de Alto Rendimiento (Pladar), una estructura que incluyó dineros estatales, pecado imperdonable hasta poco tiempo atrás. Argentina cayó en cuartos de final ante los All Blacks, que fueron otra vez campeones en casa. Es hoy el rival de Argentina en Wembley. Y es el favorito porque su historia arrancó desde mucho antes. Ya en 1889 el rugby de Nueva Zelanda sorprendía en Inglaterra. Fue con la gira más recordada de la historia: seis meses en las islas británicas, 107 partidos, 78 victorias, 6 empates y 23 derrotas, incluyendo una caída polémica 0-7 contra Inglaterra, con fallos insólitos del árbitro local. En una segunda gira de 1905, Nueva Zelanda aplastó al rugby británico: 31 triunfos en 33 partidos. Los All Blacks (así comenzaron a ser llamados en 1903) exhibieron, decían las crónicas, un juego duro, con reglas propias, “casi profesional”.
Es que los All Blacks son profesionales desde hace más de un siglo. Lo más lógico, sabemos, sería que Los Pumas pierdan ante esa máquina eterna de rugby, campeona vigente y gran favorita a retener el título. Pero Wembley, dijimos, fue escenario de viejas rebeldías en el rugby. Y Los Pumas, sabemos, ya han escrito sus propias rebeldías en la historia de los últimos Mundiales.