Eugenio Raúl Zaffaroni - Juez de la Corte Interamericana de DDHH - Ex juez de la Corte Suprema
“La ley Sáenz Peña ha venido entre nosotros a asegurar el triunfo de la bestia policéfala, analfabeta, todo instinto, sobre los brotes excelsos del alma humana en la tierra virgen de nuestras pampas y desiertos. Y lo peor es que vivimos dentro de la atmósfera del sufragio universal, convertido en Evangelio de los teorizadores, hijos de la Revolución Francesa, que han hecho del mundo un infierno”. Esto escribía un senador en los años treinta del siglo pasado (Benjamín Villafañe, “La ley suicida”), al que siguió un libro titulado “Chusmocracia”, en que abordaba temas tales como “El sufragio universal ante la ciencia biológica”. Nadie hoy habla con la claridad de Villafañe, pero parecen pensar lo mismo. Ahora que hubo jueces que actuaron jurídicamente y salvaron la dignidad de la condición de magistrados, la resolución que revocaron merece ser meditada. Sin duda es una de las más graves decisiones que salió de los estrados de un Poder Judicial de nuestro país. En su espíritu no hay nada diferente a lo que expresaba Villafañe: la “chusma” es explotada, se aprovechan de su ignorancia, el “clientelismo” invalida las elecciones. No son las fallas de un procedimiento electoral, que no tenían relevancia para el resultado final de la elección, sino todo el proceso eleccionario, porque se habría engañado a las masas ignorantes. El reclamo del voto calificado queda tácito, pero claro.
Es penoso que no recordemos nuestra historia no tan lejana. Tuvimos dos elecciones anuladas: una en 1931, cuando el dictador Uriburu anuló el triunfo de la fórmula radical Pueyrredón-Guido en Buenos Aires, y mandó a los dirigentes radicales a Ushuaia. Relean muchos políticos de nuestros días el libro de Ricardo Rojas, sobre sus días en Ushuaia. Relean los diarios de 1916, que son los mismos que ahora ponderan la decisión tucumana revocada, cuando se escandalizaban de que la “chusma” hubiese desatado los caballos del coche de Yrigoyen. Recuerden cuando en 1912 en Santa Fe, en la primera aplicación de la ley Sáenz Peña, les abrieron las urnas por debajo para llenarlas de votos conservadores. Recuerden a Yrigoyen en Martín García. La segunda anulación de elecciones provinciales fue la de 1962, cuando militares golpistas obligaron al Presidente a firmar la anulación y luego lo llevaron preso a Martín García. El pasado manda, los muertos mandan aunque no hablen; hay historia y memoria, no podemos borrar el pasado, porque siempre hay alguien que refresca la memoria. No se olviden que muchos, si ahora escriben y hablan y pasaron por las universidades, en buena medida lo deben a los gobiernos votados por las “chusmas”.
Antes que pertenecer a la elite racista y pretender corregir los “errores” de las mayorías con una visión iluminada de minoría ilustrada, única capaz de percibir la realidad que se les oculta a las mayorías ignorantes, no dudo en ser parte de la “chusma” de Villafañe.
¿Es esta una manifestación de autoritarismo fascista? No, Villafañe tenía razón: es la Revolución Francesa la que tuvo la culpa. El liberalismo político tuvo la culpa del triunfo de la “chusma”. Obvio, porque el liberalismo político es igualitario y, por ende, es el antagonista del “liberalismo económico” desigual que hoy postula el poder financiero transnacional y sus repetidores locales y folclóricos. No es necesario mencionar la última dictadura para verificar que no fue más que la culminación de un largo proceso. No nació del vacío, no fue resultado de una invasión de extraterrestres, sino que se fue preparando hasta acabar inevitablemente en el genocidio. Cuando la pretendida superioridad elitista surge de una decisión judicial, no podemos menos que retomar el hilo de la historia contemporánea. Debemos tener memoria, pero no sólo de las atrocidades de la última dictadura, sino también de todo lo que la precedió, o sea, del espíritu elitista de las minorías iluminadas y racistas que se consideraban superiores a la “chusma ignorante” y que, por ende, proclamaban que sólo ellas sabían qué era lo “bueno”, con un hipócrita paternalismo “tutelar” de las mayorías a las que explotaban y mantenían fuera del escenario político. Por primera vez una sentencia pretendió anular una elección en toda nuestra historia. Hubo sentencias aberrantes que legitimaron el desconocimiento de la voluntad popular, pero por primera vez una sentencia quiso anularla directamente en virtud de su propio acto jurisdiccional. Por primera vez una sentencia asume en palabras más oscuras y confusas, el discurso del viejo senador Villafañe. No hubo ninguna bocanada de aire fresco en esa sentencia, sino un aliento fétido que nos viene de los momentos más elitistas y antiliberales de nuestra historia contemporánea.
Soy “chusma”, lo asumo, pero no pretendo ser “el Pueblo”, porque también los que pierden cualquier elección son Pueblo, pero cuando son menos no tienen otra solución que resignarse y jugar en la próxima. Esa es la regla de la democracia. Otra actitud nos regresa hacia un pasado teñido de dolor, sangre y explotación, al que no queremos ni debemos volver.