El Papa movió en Cuba y EEUU las piezas de la diplomacia con una estrategia digna de los mejores maestros del ajedrez mundial. No apresuró las jugadas y siempre estuvo un paso adelante de sus interlocutores: Raúl Castro y Barack Obama.
Francisco apeló en los dos países a la estrategia del “no, pero sí” para abogar por una reconciliación plena entre La Habana y Washington, tras más de medio siglo de tensiones.
El pontífice argentino no reclamó el cese del “embargo” norteamericano a Cuba, pero utilizó la palabra “bloqueo” y dijo que esperaba que un acuerdo bilateral permita su levantamiento.
Tampoco se reunió con disidentes cubanos, pero dijo que los hubiera saludo con gusto. Empero un grupo que intentó verlo fue detenido, para evitar que llegara a la Nunciatura, donde se alojaba el pontífice.
Para algunos, no haber recibido a los opositores del castrismo fue la movida más errática o menos prolija de toda la gira papal, omisión por la que recibió críticas y hasta un comentario irónico de la prensa internacional.
El Papa no condenó el régimen comunista de los hermanos Castro, pero habló de libertad y cosas por corregir, además de exhortar a superar “las resistencias al cambio”. Tampoco hizo una condena airada a los excesos del capitalismo, como en otras oportunidades, pero sí instó a la Casa Blanca a cambiar un “sistema” económico que excluye a millones de personas.
La excepción a esa lógica discursiva del “no, pero sí”, el Papa la hizo al hablar de los migrantes. Francisco fue directo e incisivo al advertir sobre la crisis de los extranjeros que llegan detrás del “sueño americano”, y en muchos casos son deportados. También recordó que él, como muchos estadounidenses, era hijo de inmigrantes, por lo que instó no darle la espalda a los “vecinos”.
El Papa no se movió de su estrategia, cuyo objetivo de máxima era seguir tendiendo puentes entre Cuba y EEUU. Una idea de edificación diplomática desde las diferencias y el diálogo que él mismo contribuyó con una mediación reservada que comenzó a dar sus frutos en julio.
Ahora la responsabilidad de avanzar en la “reconciliación” es de La Habana y Washington que, tras reabrir sus embajadas, negocian reanudar los vuelos comerciales. En tanto, el tema del bloqueo sigue entre paréntesis.