El 31 de marzo de 1816, por ser domingo, no hubo sesión del Congreso de las Provincias Unidas. Es conjeturable que los diputados dedicaron el día a pasear por los alrededores de la ciudad. Paul Groussac supone que “dada la calidad de los huéspedes y conocido el humor de los hospedadores”, debieron menudear “los paseos al campo y las tertulias caseras”.
No ha quedado constancia documental respecto a dónde se alojaron los diputados. Pero se sabe, por ejemplo, que fray Cayetano Rodríguez (Buenos Aires) fue recibido con entusiasmo en la casa de su gran amigo sacerdote, el doctor José Agustín Molina. La tradición recogida por Groussac, narra que fray Justo Santa María de Oro (San Juan) se hospedó “los primeros días” en el convento de Lules. Pero, sin duda, al empezar las sesiones debió establecerse en la ciudad, ya que el viaje cotidiano de ida y vuelta le hubiera demandado muchas horas.
El general Juan Martín de Pueyrredón (San Luis), futuro Director Supremo, vino con su flamante segunda esposa, la joven María Calixta Tellechea. Según una carta del padre Rodríguez a Molina, se alojaban en una quinta de los alrededores. Dado lo precario de las posadas, los diputados fueron recibidos en casas particulares. Y es muy probable que, para los muchos eclesiásticos, se abrieran las de sus colegas tucumanos –como Colombres o Thames- o las celdas de los conventos.
Esas horas de tregua de los congresales, “gozadas bajo el doble encanto de la mujer y de la naturaleza tucumana, hubieran sido de indecible dulzura, si no las perturbara por momentos un rumor de truenos lejanos, que parecía envolver la ínsula privilegiada en un círculo de amenazas y peligros”.