RÍO NEGRO.- De maestra y alumno a madre e hijo. Así se resume la historia de amor entre Rosa, una docente especial y Pablo, un hombre con síndrome de Down que había quedado huérfano.
Rosa Guizzardi, una docente mendocina que en 1991 se instaló con su familia en la ciudad de Sierra Grande, a 320 kilómetros de Viedma, trabajó durante 20 años en la escuela especial Nº 11, sin imaginarse que a sus 52 se conviertiría en mamá de uno de sus alumnos.
Pablo Liberini, de 40 años, es el hijo de una conocida familia del pueblo, dueña de un comercio llamado “La Eléctrica” y cuya madre, Sara, siempre reclamó por un edifico para los chicos con discapacidades.
Ya ancianos, Sara y don Pío recibieron el pedido de su hijo, de que cuando ellos no estuvieran más, él quería vivir con la maestra Rosita, a la cual conocía de estudiar bajo su tutela en un taller de floricultura, donde ambos formaron un lazo de cariño.
Años después, cuando Sara falleció, la docente comenzó a ser llamada mamá por el joven. “Al otro día, me empezó a llamar ‘mamá’ y a todo el mundo le decía que yo era su nueva mamá”, relata Rosa al diario Río Negro.
“Don Pío siempre intentó hacer las cosas de manera legal y lo desesperaba no dejar nada hecho. Temía que a Pablo se lo llevara alguna institución porque él no se sentía capaz de cuidarlo por la edad, se sentía angustiado”, expresó la maestra, que contó que ante una jueza del Juzgado de Familia, firmaron un testamento donde les dejaba la curatela de Pablo. Siete meses después, el hombre falleció.
Ahora Rosa, su esposo y sus dos hijos, viven en la casa donde Pablo vivió toda su vida, con el objetivo de no sacarlo de su entorno. El ayuda a cocinar, pintar y hasta tiene un proyecto de hacer baldosas con tapitas, entre otras “actividades para estar ocupados y para ser útiles a la sociedad”. Además, como no podía ser de otra manera, en el jardín de la casa puede verse lleno de flores, cuidado que Pablo supo aprender en los talleres de floricultura en los que su maestra/mamá le enseñó todos los secretos.