Hablar de Olivia es como recordarle los acordes más dulces de su vida. Es volver a fojas cero. Porque hubo un antes y un después. Un Fernando Zampedri solitario, irresponsable, y un Fernando Zampedri decidido a reconfigurarse hacia el mismísimo éxito. Olivia, su hija de dos años, fue la que sin saberlo le cambió la razón de ser al hoy goleador y figura de Atlético.
Todo se resume al camino pendiente abajo por donde corrió su carrera después de despedirse de Rafaela. Aquel chico de Chajarí (Entre Ríos) que vendía diarios para ganarse unos pesos estaba lejos de casa y sin destino claro, a nivel profesional. Peregrinó, primero, por la “Crema”, siguió por Sportivo Belgrano, Crucero del Norte y Sportivo Belgrano, nuevamente. En esa segunda parada en el club de San Francisco comenzó la revolución personal. Fernanda Benavídez contará que fue ella la que conquistó a Fernando, y Fernando dirá que no, que fue al revés. Aludirá que a su mujer, en realidad, con nada la conforma (risas cómplices) y a su vez, con una mirada, primero en Olivia, después en Fernanda, le dirá gracias con el corazón.
Mano salvadora
Zampedri, el hombre gol, admite haber encontrado una mano salvadora. “La vida de soltero, qué se yo, repercute de otra manera”, repasa el pasado y confiesa: “cuando el fútbol grande parece lejanonno es fácil mantenerte firme. Al jugár en una categoría, sin desmerecerla, de las de abajo, te cuesta mucho encontrarte de la cabeza. Decís, ‘qué lejos estoy de Primera’, y bueno, ahí puede atacarte la falta de conducta a las ganas de salir adelante”.
Llegó el punto de quiebre; Fernanda quedó embarazada. “Sentía que tenía que pelear por alguien más. Todo cambió para mí. Debía salir del pozo como sea, y todo lo que había hecho mal hasta ese momento, quedó de lado”, reconoce el artillero, y afirma no arrepentirse de nada. “Qué se yo. A lo mejor podría estar hoy en mi casa o en otro lugar, pero de lo vivido, no me arrepiento”.
Olivia tiene un poco de fiebre. Está de malhumor. Pide por papá. “Es el amor de mi vida. Cuando supe que Fernanda quedó embarazada, mi vida cambió. La tomé de otra manera, al igual que al fútbol”, repite Zampedri aferrándose a la nena, que le mueve el suelo entre pedidos y comentarios cómplices.
Lado B
Los mates en la mesa de jardín de los Zampedri tienen un recorrido de ida y vuelta. Como su carrera. El centrodelantero de perfil temerario para los defensores rivales, acepta ser otra persona a la que se ve dentro de una cancha de fútbol. “Soy un poco tímido, no soy de hablar mucho”, dice, y revela que le cuesta horrores eso de la exposición mediática, por llamarla de alguna manera. Siente vergüenza hasta para dar el sí a una foto. “Me cuesta, pero es una forma de agradecimiento hacia los hinchas. Tenemos que estar con ellos. Soy un agradecido”.
Haberse encontrado a sí mismo gracias a Olivia le hizo recordar a Zampedri sus condiciones. “En realidad, siempre confié en mí, pero cuando jugás en el ascenso, sobre todo muy abajo, todo te parece lejano. Pensás, ‘pucha’, tengo que luchar con los compñaeros de mi plantel, con los de la divisional; después con el doble de los que hay en la B Nacional y con el triple de Primera. Y todo está muy lejos, demasiado lejos... por eso, a veces, con tal de jugar, jugás donde te pongan”, acepta.
Compinche del paraguayo Enrique Meza Brítez, con quien camparte habitación cuando Pablo Lavallén los cita a ambos, Zampedri se reconoce a sí mismo como un buen pescador. Le encanta. “Pero sólo lo hago cuando estoy en mi casa, en Entre Ríos. Acá los chicos me han invitado, pero no voy. Soy más de estar en casa”, explica. Fernanda no puede con su genio y, mientras su marido habla, pide permiso en la conversación y remata: “yo no vi un pescado nunca, ¿eh? Te digo, a pescar lo he visto ir mucho, pero traer pescados nunca, ja”.