Si no fuera por la temperatura, podría parecer el Caribe: agua azul profundo y arena blanca flanqueada por dunas. Pero es la bahía Yorke, en las Malvinas, muy cerca de la capital. Las dunas -describe Matthew Teller, que informa para BBC Mundo- están semicubiertas por matas de una planta que crece poco, da dulces bayas rojas y es el cobijo de miles de pingüinos patagónicos.
El riesgo paradójico
“La playa es tentadora, pero una cerca de alambre de púas con un cartel que advierte del peligro me impide el paso hacia ella”, escribe Teller. Sucede que bajo la arena quedan aún cientos de minas antipersonales y otros explosivos -usados durante la Guerra del Atlántico Sur-, que Gran Bretaña, como signatario de la convención de Ottawa, de 1997, tiene la obligación de eliminar.
Además de prohibir la compra, producción, almacenamiento y utilización de minas antipersonales, el tratado obliga a sus firmantes a retirar las que estén colocadas. De hecho, desde 2009 el gobierno británico ha gastado decenas de millones de libras para desminar las islas.
Ahora bien: como los pingüinos son livianos, las minas no explotan. Y como las personas no pueden pasar, ellos siguen multiplicándose tranquilamente.
Encrucijada
Guy Marot, de la Oficina del Programa de Desminado de Malvinas -cuenta Teller-, supervisa un equipo de técnicos mayoritariamente zimbabuenses, muy apreciados por la gran (y triste) experiencia que adquirieron en terrenos de su país de estos explosivos; ellos ya limpiaron de minas más de siete millones de metros cuadrados de campo. Pero en Bahía Yorke se enfrentan a una encrucijada: durante los 35 años que pasaron los explosivos se han movido. “Incluso con los gráficos de la guerra en mano, es imposible saber dónde se ubica cada bomba. Pueden haberse desplazado una gran distancia o estar enterradas a metros de profundidad”, explica Teller.
Así las cosas, los expertos se enfrentan a tener que excavar toda la playa, quizá con ayuda de maquinaria armada, para tamizar toda la arena. La idea sería hacerlo durante el invierno, cuando los pingüinos estén mar adentro. Pero de todas formas, su hábitat y el ecosistema entero quedarían destruidos.
¿Cómo cumplir la obligación de desminar su suelo y el imperativo de conservar el medio ambiente? No lo saben.
“Mientras -reflexiona Teller-, los pingüinos magallánicos siguen multiplicándose al otro lado de la cerca, irónicamente gracias a una de las peores cosas que la humanidad puede hacer: la guerra”,