Este es el día. Impensado, pesadillesco en sus circunstancias, pero a fin de cuentas ofreciendo una oportunidad. Es el ABC de toda crisis. Cuando el pantano está a punto de deglutirla, la víctima se aferra a una ramita y respira, con la cabeza emergiendo del lodo. Si la rama se rompe es el fin. Así está la Selección, pendiendo del hilo que trazó Nigeria con su victoria sobre Islandia. Pero lo que Nigeria dio, con la misma facilidad puede quitarlo. Entonces hay que ganarles a los africanos, sí, pero por sobre todo Argentina debe mirarse en el espejo y responder la pregunta: ¿estamos en condiciones de conseguirlo?
El equipo que perdió 3 a 0 con Croacia no parece en condiciones de cambiar la historia. Y si desde lo futbolístico se impone una refundación, desde lo grupal el escenario es el peor. Hoy, con el partido a punto de jugarse, el detritus mediático pierde sentido. La verdad de lo que pasó y de lo que pasa en la concentración de Bronnitsy se conocerá tarde o temprano, porque si algo sabe hacer el tiempo es poner las cosas en su lugar. Sampaoli, en una confesión in extremis, dijo que a Nigeria hay que jugarle con el corazón. No se enmarañó en cuestiones tácticas ni en análisis propios o ajenos. Si lo que cuenta a esta altura es el corazón, pues bien, habrá que dejarlo en San Petersburgo. Pero valga el apunte: el sincericidio del DT revela que no hay mucho más a lo que echar mano. ¿Y el famoso “trabajo”? Si en el momento cumbre, con el agua al cuello, la cuestión es hacha y tiza, ¿para qué sirvieron los 32 entrenamientos de puesta a punto?
La “Vieja Guardia”
Aquí está la Selección, esta Selección traumatizada, intoxicada, pero necesitada de evitar uno de los fracasos más resonantes de la historia del fútbol argentino. Sería una despedida indigna para varios jugadores que las vivieron todas con la camiseta. Nadie quiere eso para ellos, empezando por ellos mismos. Por eso hoy estarán casi todos en la cancha: Rojo, Mascherano, Banega, Di María, Higuaín. Biglia y Agüero aguardarán en el banco. Son los “históricos”. Es un partido a su medida, contra un rival desconcertante, de esos que bordean el desastre de su propia inconsistencia y en un rato te pintan la cara. Altísimo riesgo.
Con su familia en las tribunas, con el cariño del universo futbolístico explicitado en innumerables saludos de cumpleaños, Messi se juega una parada brava. ¿Dónde está Messi?, intentan averiguar todos en Rusia. “El Mundial lo quiere, lo necesita, no puede perderlo en la segunda fase, que es cuando la fiesta se pone buena”, claman propios y extraños.
Es Messi y su circunstancia. Tiene una cita con la historia en la noche de San Petersburgo. Se lo espera de gala, con el traje entallado, los zapatos brillosos y un ramo de goles en la zurda. Que llegue a tiempo para el cortejo y el baile principal es el deseo de todos.
Miles y miles y miles de argentinos pusieron los pies en Rusia deseosos de abrazarse al equipo de todos. Hasta aquí los fiascos horadaron los espíritus, pero no acabaron con ellos. Si el alma de la Selección da la sensación de estar peligrosamente fragmentada, al menos tiene la obligación de saber que no está sola. Los argentinos coparon las calles de una de las ciudades más bellas del continente embanderados con una ilusión y hoy estarán en el estadio transmitiendo fe. Es un capital que la Selección no puede darse el lujo de ignorar. Ya querrían equipos de todo el mundo contar con un respaldo como ese.
Del partido no hay mucho que conjeturar. El fin de semana fue espantoso. Un festival macabro de rumores y versiones que, en resumidas cuentas, sacó lo peor de nosotros. Hay tanto que no puede recomponerse… Mejor no pensar en lo que viene, en ese día después de mañana que puede cristalizarse con Argentina clasificada a los octavos de final o sumergida en el pantano. Este, compatriotas, es el día.