Carlos Duguech
Columnista invitado
El título puede inducir a pensar en que el tremendismo de su significado tiene la intención de ser el gancho para motivar la lectura sin demoras de la columna. Particularmente, en este tiempo en el que se sabe que nunca antes hubo tantas armas nucleares acumuladas en los arsenales nucleares. Según el SIPRI (Stockholm International Peace Research Institute) existen en el mundo 14.000 bombas nucleares. El 92% de ellas está en poder de Rusia y los Estados Unidos. Hace unos años, en la penúltima década del ‘80, en una convocatoria en la ciudad de Santa Fe por el gobierno de esa provincia y por el de Mendoza, conjuntamente con la ONG “Llamamiento de los cien para seguir viviendo”, el obispo de Neuquén, Jaime de Nevares, ya fallecido y uno de los destacados de la ONG, se expresó rotundamente desde los balcones de la Casa de Gobierno santafesina: “Realmente habría que someter a los estadistas, que resuelven acumular armas atómicas como lo hacen, a un estudio psiquiátrico. Porque acumular armas con capacidad de destruir toda vida en la tierra 10 veces, es señal de absoluta locura”. Palabras certeras, de una lógica clarísima.
Jugar con fuego (nuclear)
El “negocio de la guerra” alimenta generosamente las billeteras de los fabricantes de armas y la de los banqueros que las financian y les cobran al gobierno, en el sistema capitalista “puro”.
Frente a la escalada amenazante de Donald Trump, se muestra deseoso de permanecer en lo alto de la conducción de su país frente a cuestionamientos fuertes que hacen peligrar su permanencia, al punto de que se está hablando de un impeachment (juicio político de destitución). Los rusos analizan su abortado (10 minutos antes) ataque a Irán. Porque sí, nomás. (Hizo escala en la política exterior estadounidense lo de “guerra preventiva” del presidente guerrero Bush, criminal de guerra si los hay junto a Tony Blair y José María Aznar (por Irak). La expresiones del activista político ruso Aleksandr Skobov, en marzo último, ponen el acento en la eventualidad de un enfrentamiento nuclear Rusia-EEUU como consecuencia de una de las tantas decisiones de Trump, entre ellas la de salirse sin más del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Medio (“Euromisiles”, denominado INF, por sus siglas en inglés). Había sido suscrito con cierto alivio de un mundo temeroso durante la “guerra fría”, el 7 de diciembre de 1987, por Ronald Reagan y Mijail Gorbachov, en Washington. Corolario fue de un trabajoso proceso que lideró el carismático líder de la ex URSS. La irresponsabilidad sumada a la torpeza en la instrumentación de la política exterior de EEUU por parte de Trump pone en peligro a la Humanidad toda. Sí, sin dudas, porque un país como EEUU, con cerca de 900 bases en casi todo el planeta, indudablemente, toma decisiones que afectan al mundo. Por su vocación y ejercicio del poder cuasi hegemónico, sea en lo político, en lo económico y, sin disimulo, en lo bélico.
Haber detenido el ataque a un país, Irán (10 minutos antes) que no sólo no lo amenazó militarmente sino que se sometió al control de su programa nuclear de los cinco miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, nada menos y con la “locomotora de Europa”, Alemania, es una muestra contundente de que podría no haberlo detenido. Y hubiera generado en Irán un “nuevo Irak”. Pero, muy probablemente estaría despertando a Rusia. Ya lo expresó Vladimir Putin en ocasión de su exposición anual en el Parlamento de Rusia, al referirse a la probable localización en suelo europeo de misiles nucleares que el acuerdo Gorbachov-Reagan, de casi cuatro décadas, prohibió. Putin, sin pelos en la lengua, dijo que atacaría con armas nucleares tácticas en ese caso. ¿Qué no haría -pensamos- en el caso de un ataque a Irán? Más le valiera al presidente estadounidense someterse a un análisis racional de sus potencialidades, de sus pretensiones, de sus locuras de súper millonario que juega a ser amo del mundo.
Valiosas y conmovedoras advertencias de hace cuatro décadas, en palabras de Carl Sagan en el libro “El frío y las tinieblas. El mundo después de una guerra nuclear”. (1986) Alianza Editorial. El reconocido astrofísico estadounidense contribuyó con otros científicos del mundo a una clara definición: “Ya no es cierto que una guerra nuclear sólo dejaría secuelas en los países beligerantes” […] “ya no podemos imaginar que las naciones alejadas del conflicto puedan simplemente olvidarse de la guerra y heredar un medio ambiente libre de las consecuencias políticas de las grandes potencias. Parece mucho más probable que, para la guerra nuclear, no existan santuarios sobre la Tierra”.