A finales del siglo XX, como consecuencia de la fiebre importadora, el mercado de bicicletas se vio invadido por rodados mountain bike económicos y con cierta lógica descartable. Así, las viejas bicis de paseo, las de carrera y las pequeñas plegables quedaron oxidadas, olvidadas en algún rincón. Eran pesadas, no tenían cambios ni lucían modernas.
Nadie iba a imaginar que unas décadas después la moda vintage las hiciera revivir. Pero pasó. Y ahora las bicis antiguas regresaron restauradas a nuestras calles. Gonzalo Robles, quien se autodenomina “estilista” de estos rodados, sostiene que la demanda aumentó desde hace tres años.
A su taller, un pequeño espacio ubicado en su casa de Santiago al 2.000, llega todo tipo de bicicletas. La mayoría estuvo durante años tirada, soportando las inclemencias del tiempo. Así que su oficio va más allá del clásico bicicletero: él debe revivir las bicicletas oxidadas, y devolverlas primorosas para que sus dueños salgan a pedalear.
“Las viejas bicis eran objetos de buena calidad, de hierros resistentes; de ahí que tenían su peso importante. Es posible recuperarlas incluso cuando están muy dañadas. Si el óxido avanzó demasiado, se hace un trabajo de arenado”, destaca Robles.
El estilista trabaja con bicicletas que lleva la gente o a partir de cuadros que va rescatando de la calle y poniendo a punto. De hecho, a su bici él la encontró en un contenedor de basura. Entre los modelos que más le piden restaurar están las inglesas de paseo y las plegables antiguas, que son el hito del momento.
Además de solicitarle que las deje como nuevas, hay quienes le piden que a la bici antigua le agregue cambios o un asiento de cuero. A Robles le gusta siempre mantener el alma de un diseño: el cuadro y la horquilla. Si se puede, también los rayos.
“Generalmente los clientes sienten nostalgia cuando ven su bici terminada. La historia, lo que vivieron con ella, las caídas, las aventuras... todo eso vuelve. Es muy emocionante hacer este trabajo. Hay personas que se largan a llorar, te abrazan”, cuenta. Recuerda que hace poco revivió una vieja cross de los años 70. El dueño, que la usó cuando tenía cinco años, la encontró enterrada al heredar la casa de su abuela.
Robles diferencia entre restaurar, que es respetar al máximo el diseño original (que las piezas, los detalles y los accesorios sean tal y como salieron de la fábrica), y personalizar, que es modernizar la bici antigua. En el primer caso, los trabajos siempre son más caros. Arrancan en los $ 3.000 y pueden llegar a $ 9.000 o más.