Julio Nicolás Soria se fue a vivir hace alrededor de tres años a la Capital Federal. En Buenos Aires, ha trabajado como ayudante en servicios de electricidad y, según contó, enviaba dinero para ayudar a la crianza de Benjamín Amaya, su hijo. “Cuando estaba enfermo, le compraba cosas y se las enviaba”, enfatizó. El jueves, el padre, de 24 años, recibió el llamado telefónico de su madre, quien le confirmaría la muerte del pequeño. Inmediatamente, sacó el boleto de colectivo y se vino a Tucumán.
“Queremos que se sepa quién es el culpable. Que pague el que le ha hecho esto a mi hijo. Era una criatura de cuatro años, no una persona grande”, dijo el joven, quien pudo velar a su pequeño y al mediodía lo despidió en el cementerio.
“Nunca había pasado esto cuando vivía aquí; pero entonces ya andaba gente drogada por este monte. Lo limpian una vez cada cinco años”, expresó el muchacho, mientras le prendía fuego a la vegetación del predio ubicado entre el barrio de Benjamín y el puente donde lo hallaron sin vida.
Los vecinos incendiaron el terreno privado como forma de protesta. También amenazaron con asentarse en el predio para convertirlo en un sitio habitado, en vez de un espacio desocupado y cubierto por la vegetación. “Ya habían agarrado terrenos aquí antes. Vino el dueño y los sacó. Llegan, se ocupan de la parte de adelante del terreno, pero descuidan todo el sector de atrás. En esta cuadra (donde vivía el niño asesinado) hay muchas criaturas. Por eso, no queremos que a ninguno le pase lo mismo que a mi sobrino. Queremos justicia por Benjamín”, expresó Víctor Soria, hermano del padre del menor.
Fuentes policiales dijeron al cierre de esta edición que se había contenido a los vecinos para evitar una usurpación del predio, que está a cargo de un sereno. “Es un peligro para todos… ¡las veces que uno encuentra hasta motos en medio del monte! Es como una cueva para los delincuentes”, había calificado un vecino días atrás.