Por Alina Diaconú

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

Siempre digo que María Kodama vive en los aviones. Y así es. Además de andar por el mundo dando charlas sobre Borges o recibiendo distinciones internacionales, últimamente se ha puesto a estudiar japonés, toda una hazaña. Incansable -aunque ella diga lo contrario- y recién llegada de sus viajes a Mongolia y a China, tuvo que participar de los innumerables festejos y tributos que se le rindieron a Borges, a 120 años de su nacimiento, en todo el territorio argentino. Desde que la conozco, ella celebra con amigos todos los años, en la sede de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, el 24 de Agosto, día del nacimiento del escritor y jamás conmemora su muerte. Lo cual constituye- se me ocurre- una interesante metáfora para destacar que los grandes escritores nacen, pero no mueren.

Frente a los infaltables cafés que constituyen su adicción (y la mía), conversamos de esta manera durante una preciosa tarde primaveral:

- Recientemente se ha celebrado el 120º aniversario del nacimiento de Borges, con múltiples homenajes y actividades académicas. Quisiera saber qué significa para vos, en tu intimidad como persona, como mujer de Borges, como escritora y como promotora de su obra, ese aniversario.

- 120 años es un tiempo importante y me parece una maravilla que ese aniversario se haya celebrado a lo largo y a lo ancho del país. Fue una demostración de lo mucho que la gente quiere a Borges. Por eso, los meses de agosto y septiembre fueron tan complicados para mí, por todos los homenajes a los que tuve que asistir.

- En el marco de esas celebraciones, fuiste distinguida como “Profesora Honoraria de la UBA”. Alguna vez me contaste una linda historia sobre vos y Borges acerca de tu Licenciatura en Letras. ¿Me la podrías repetir para los lectores de LA GACETA?

- Sí, claro. Cuando me recibí en la Facultad de Filosofía y Letras, no existía el título de Profesora, sino de Licenciada. Entonces, mucho después, cuando comenzó el seminario para el Profesorado, yo ya estaba viajando con Borges y, por lo tanto, me era imposible asistir regularmente al curso. Por eso mi título era de Licenciada y recién ahora me nombraron Profesora Honoraria de la Universidad de Buenos Aires. En cuanto a la anécdota que me pedís, yo había rendido en aquel entonces 29 materias y no podía dar la número 30 que era Literatura medieval. Borges tenía en aquellos años una amiga inglesa, Joan Lay, y yo daba clases de castellano a ejecutivos y diplomáticos japoneses. Esos alumnos míos vivían cerca de la casa de esa señora, amiga de Borges. Un día, ella me invita a almorzar, después de una de mis clases en su barrio. Cuando voy a su casa, me dice: “¿Por qué no das el examen de esa última materia que te falta?” Yo le respondí: “No puedo”. Ella me dice: “No podés porque él no quiere. No es por maldad - me aclara ella- es porque él piensa que si terminás la carrera, la relación entre ustedes va a cambiar”. Le respondí que no era así y ella me dijo: “Llamalo y decile que no lo vas a ver hasta después de terminar de dar la materia que te falta”. Entonces, ella lo llamó por teléfono, yo le dije a Borges exactamente eso y él me contestó: “Es Joan que le ha llenado la cabeza, venga a verme”. Cuando llego a lo de Borges, todo empezó muy mal. El me pregunta: “¿Qué hacemos con el viaje a Colombia?” (porque tenía que ir alli). Entonces, yo pensé: “Es un monstruo de egoísmo, ¿qué es eso?” y le contesté: “Hay 200 mujeres que quieren viajar con usted, vaya con alguna de ellas”. “Pero yo no estoy enamorado de ellas” – me gritó-. Le contesté: “Yo no soy celosa, voy a dar la materia y a usted lo veo después. Adiós.”

Y me fui. Al día siguiente, estaba yo en la casa de Joan, él llamó por teléfono y Joan, antes de pasarme el tubo, me dijo: “No vas a ceder, no vas a ceder”. “No, por supuesto”, le aseguré. Cuando atendí, Borges me dijo: “Está bien. ¿Qué está leyendo para su examen?” El Arcipreste de Hita, le dije y él me contestó: “¡Qué plomo!”. “Así no, Borges”, le dije. “Está bien –me dijo- venga, que vamos a estudiar juntos”. Entonces lo perdoné porque hizo el esfuerzo de estudiar la materia conmigo. Ya no era un monstruo de egoísmo y todo salió bien. De ese modo tuve mi Licenciatura. Esta historia la conté ahora, cuando me dieron el Diploma de Profesora en la Universidad de Buenos Aires.

- Qué buena historia sobre vos, sobre él y sobre el vínculo de ustedes. La actividad febril que seguís teniendo, viajando por el mundo y por la Argentina, dando charlas y motivando a la gente a leer a Borges, a honrar su figura, ¿es vivida por vos como un trabajo, como una promesa a él o como una misión?

- Para mí es un placer. Es algo que yo hago con alegría, porque al hacerlo yo siento que él está conmigo. Un día, varios años después de su muerte y siendo ya Borges un escritor muy consagrado, su agente literario de Nueva York me invitó a una comida en su casa. Cuando le pregunté si era una comida en honor a Borges, me dijo que no, que era por mí, porque a través de las conferencias que yo doy los homenajes que organizo, yo hacía sentir que Borges estaba vivo. Cosa que, según él, no sucedía con otros escritores relevantes, que no contaban con gente que se ocupara de su memoria.

- ¿Alguna vez, en vida de Borges, te imaginaste todos los cambios que implicarían en tu propia vida su muerte? Y cuando acompañaste su enfermedad y su agonía en Ginebra, ¿te imaginaste lo que te esperaría después?

- En primer lugar, nunca pensé que Borges iba a dejarme su obra. Y eso fue lo que me trajo a mí todos los problemas que ya conocés. Cuando él muere, me llama su abogado y me comenta que antes de comunicarlo a la prensa, tiene que decírmelo a mí, y es que Borges me dejó su obra. Yo le dije:”¿Cómo hiciste eso sin decírmelo a mí?”. Me contestó que Borges le había pedido que no me dijera nada, porque si yo lo iba a saber, lo iba a dejar.

- ¿Qué sentiste?

- Horror. Yo no tenía ningún interés en eso, no me lo había imaginado jamás.

- Sé que te pusiste a estudiar japonés hace poco, cosa que a Borges también le hubiese encantado, porque ambos amaban estudiar idiomas. Me contaste una vez que él tomó clases de árabe antes de su muerte en Ginebra. ¿Cómo fue?

- En cuanto al idioma árabe, la historia fue así. Borges quería aprender japonés. Cerca del hotel había un Instituto, pero el profesor de japonés, por su contrato, no podía dar clases particulares. Mirando un día el periódico, descubro un aviso de un profesor que enseñaba árabe y que venía a domicilio. A Borges le gustó la idea. Sin fijarme en la hora (eran las 9 de la noche), llamé por teléfono al número del anuncio. El hombre que atendió era el profesor -me dijo que era egipcio-, le manifiesto que quiero tomar clase con él y me pregunta por qué. Le contesto que soy Licenciada en Letras, que me gusta estudiar idiomas. Vuelve a preguntarme por qué el árabe. “Mire Señor, -le digo- usted ha puesto un aviso en el diario, yo estoy desesperada, ¿me entiende?, necesito aprender el árabe”. Entonces, el hombre accedió sin más preguntas, arreglamos para el fin de semana la hora. Cuando llega el egipcio al hotel y me pregunta desde abajo dónde va a dar la clase, le respondo “en la habitación”. El egipcio era chiquitito, delgadito, debe haber pensado que yo lo estaba acosando. Lo hacen subir al cuarto y, cuando abre la puerta, lo ve a Borges, sentado, impecable, esperándolo. El egipcio se puso a llorar. Había leído toda la obra de Borges en árabe y en inglés. No podía creer lo que estaba viendo.

- Vos no le habías contado nada…

- No, después, ese día, lo tomé aparte y le expliqué que Borges se iba a morir y que si él le hablaba de ese asunto, bien. Pero que si Borges no le decía nada, él no debía saber nada. “No llore, por favor -le pedí-, Mektoub (que es la palabra ‘destino’ en árabe)”. Fue así cómo tomamos clases los dos con el egipcio. Yo le dibujaba a Borges en la palma de la mano, con el dedo, las letras del alfabeto árabe. Así fue cómo nos enseñó unas cuantas veces ese idioma antes de que Borges partiera.

- María, vos y yo somos amigas desde hace 33 años y uno de los grandes amigos que tuvimos en común fue Alberto Girri, de cuyo nacimiento se van a cumplir ahora, el 27 de Noviembre, 100 años. Una vez más tuviste la generosa iniciativa de que celebremos esa fecha con un acto importante en tu Fundación. ¿Qué significó Girri para Borges y qué significó para vos?

- Borges consideraba que Girri era un muy buen poeta. El pensaba que su poesía era intelectualmente profunda. En cuanto a mí, Girri significó muchísimo. Como poeta lo admiro y además teníamos una magnífica relación de amistad que continuó después de la muerte de Borges hasta la propia partida de Girri.

- Recuerdo que vos hiciste una bella y minuciosa antología sobre Girri que guardo con mucho cariño: Alberto Girri. 99 poemas, publicada por Alianza en Madrid en 1988. ¿Qué te atrajo de la poesía de Girri, tan diferente de la de Borges?

- Justamente porque era totalmente diferente, pero tenía una forma de reflexionar y de expresar temas éticos, ideas sobre el Tiempo y la propia vida que me interesaron enormemente. Y su forma de ver el mundo me fascinaba.

- No sé si te gusta hablar de eso, pero vamos a intentarlo. Hace dos años, en el Grand Splendid, tuve la alegría de presentar tu libro de Relatos, tan singulares y que despertaron tanto interés en gente que nunca había leído algo tuyo. También hice la reseña de ese libro precisamente en LA GACETA Literaria. ¿Va a haber una continuidad en ese sentido, vas a publicar nuevos cuentos?

- No sé… Yo no soporto la presión, no soporto la presión de nadie. Y los editores, es natural que quieran publicar… pero yo no necesito publicar, yo escribo por placer, como también bailo por placer. El baile y la literatura son lo que a mí me permite salir de la realidad del mundo y sentirme libre.

- María, una pregunta que nunca te hice: ¿sos feliz?

- Sí.

© LA GACETA

Alina Diaconú - Escritora y columnista argentina de origen rumano. Autora de 20 libros, acaba de publicar su poemario Rosas del desierto (Vinciguerra).