El reciente deceso de Elba Naigeboren invita a revisitar buena parte de la fértil historia del teatro tucumano, en especial en su incesante actividad en el plano independiente. La actriz fallecida atravesó distintos escenarios, escenas y generaciones con una intensidad y un compromiso que la hizo merecedora de elogios y respeto tanto de quienes fueron sus compañeros de formación, décadas atrás, como de los más jóvenes protagonistas actuales de las tablas.
Dueña de un saber y de un decir teatrales admirables, Naigeboren representó el empuje del arte escénico tucumano a partir de una posición ética y estética. Su partida la instaló en el territorio de los que siempre son recordados con afecto y veneración, muchos de los cuales recibieron homenajes en vida en una práctica sana que se está instalando en Tucumán en los últimos tiempos y que invita a más.
Dos de las últimas referencias en este aspecto son las designaciones de sendas salas con nombres entrañables: el teatro municipal Rosita Ávila y la ex sala de danzas del teatro Alberdi, hoy Juan Antonio Tríbulo. Sintetizan en ellos dos historias distintas: Ávila es la nave insignia de la labor independiente desde Nuestro Teatro en los años 60 y Tríbulo es el constructor institucional de la carrera de teatro de la Facultad de artes de la UNT, que está cumpliendo 35 años.
Así se rompió una tradición de bautizar con recuerdos de quienes ya no están con nosotros, como ocurrió con las salas Hynes O’Connor, Orestes Caviglia, Boyce Díaz Ulloque (funcionó a principios de siglo en el foyer del teatro Alberdi) o Ross (un homenaje intrafamiliar que Viviana Perea transformó en referencia teatral general). En los casos de Ávila y Tríbulo, se abre un camino interesante para resaltar la labor de quienes protagonizan el campo artístico. Bien podría repetirse en otros espacios (públicos o privados), ampliando su alcance y no limitándolo al hacer teatral, ya que Tucumán es territorio habitado por artistas de fuste nacional y proyección internacional. Un ejemplo es el Taller Cultural Nonino de Yerba Buena, cuya sala de funciones lleva el nombre del guitarrista Rubén Sacher, compañero de correrías escénicas de Carlos Podazza, fallecido hace años en Suiza.
Recientemente en Mendoza comenzó a aplicarse la decisión de designar a palcos, camarines y sitios de ensayo del teatro Independencia con los nombres de referentes culturales de esa provincia, en una medida que fue cuestionada por algunos activistas sociales de esa provincia. Sin embargo, puede ser entendida como una forma de que quienes han pasado por esos espacios se perpetúen en la memoria colectiva y trasciendan el limitado territorio de los recuerdos sectoriales o de grupos de amigos contemporáneos a su labor, que por razones generacionales irán perdiéndose en el camino. De allí que la posibilidad de recibir un reconocimiento en vida se recorte internamente como la sensación de que todo lo hecho es semilla para seguir creciendo; mientras que para el conjunto de la sociedad es la devolución agradecida de todo lo recibido desde las butacas.
Trascender es una de las aspiraciones naturales del artista. Mantenerse en la historia del decir y del hacer creativo de un pueblo, es su deseo más profundo. Quizás evocarlos de este modo sirva para ir cerrando un círculo perfecto y virtuoso en el que los creadores y el público se encuentran.