Alberto Fernández abrió y cerró su discurso inaugural citando a Raúl Alfonsín. A medida que pasan los años el recorte de la figura de Alfonsín como el estadista que fue capaz de galvanizar la democracia nacional se impone sobre otras lecturas históricas y está muy bien que así sea. El flamante Presidente habló de cerrar su mandato en 2023 en el marco de un nuevo contrato social, llamado a construirse sobre la unidad de los argentinos. Justamente, en 2023 se cumplirán cuatro décadas desde que Alfonsín asumió afirmando que con la democracia se come, se cura y se educa. Ese sueño puesto en palabras es una deuda que no ha sido saldada y de allí la magnitud del desafío que aguarda a las nuevas autoridades y a la sociedad en su conjunto.
Alfonsín marcó un camino pavimentado de valores democráticos y el país -más allá de algunos críticos barquinazos- viene transitándolo desde hace 36 años. Sobre esa piedra basal fue necesario edificar instituciones fuertes y sanas, y en ese rubro los argentinos no nos hemos puesto de acuerdo. Desde 1983 a la fecha el devenir institucional estuvo sujeto a un conjunto de aciertos y errores ligados más a lo coyuntural que a políticas de Estado pensadas y ejecutadas a largo plazo. La democracia nacional es adulta y luce consolidada, pero es a la vez perfectible y allí radica la importancia de dotarla de una mayor calidad institucional.
La económica es acuciante, pero no se trata de la única agenda que desde hoy atenderán las nuevas autoridades. El Presidente resumió muchas de sus aspiraciones en el mensaje al país y la necesidad de superar las divisiones es una de ellas. Sostuvo que se propone hablar poco y hacer mucho, así que habrá una sociedad atenta a sus gestos y a sus decisiones. La inmensa mayoría de los argentinos ansía una convivencia pacífica y respetuosa. El ejemplo que en ese sentido brinden los líderes es indispensable, pero no disminuye la responsabilidad colectiva. No sólo es importante que quienes gobiernan exhiban la intención de superar grietas, debe ser la voluntad de todos. De lo contrario, no pasaremos de las buenas intenciones y los mensajes del odio ganarán la partida.
Al trazar la hoja de ruta, el Presidente de la Nación destacó el valor de los medios como constructores de ciudadanía y subrayó el rol que les cabe en la conformación del entramado social. A partir de ese concepto se fijó como un deber el transparentar los actos de gobierno brindando pleno acceso a la información, iniciativa que no encuentra eco en varias provincias, Tucumán entre ellas. Por su parte, la defensa de la Constitución Nacional -uno de los cimientos de la línea editorial de LA GACETA- representa el más sólido compromiso que la prensa puede ofrecer en ese sentido. El respeto a los derechos colectivos e individuales, la libertad de expresión y el más riguroso y profesional ejercicio del periodismo garantizan el cumplimiento de esa misión. No hay democracia plena sin una prensa responsable e independiente.
Cada vez que la banda celeste y blanca pasa de un mandatario a otro el país encuentra motivos para celebrar, para ilusionarse. Son actos potentes, cargados de un simbolismo al que la participación ciudadana llena de contenido. Hace tiempo que se terminaron los cheques en blanco para las administraciones que llegan, cualquiera sea su color político, pero a la vez asumen impregnadas de una fe surgida de lo más profundo de los corazones. Es un poder conferido por quienes los votaron y por quienes no los votaron. Todos, y en esto no hay distinciones, queremos que a la Argentina le vaya bien. Como decía Raúl Alfonsín: “los hombres pasan, las ideas quedan y se transforman en antorchas que mantienen viva a la política democrática”.